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Cuando todo baja, es difícil no bajar también

Para mí el alto delfinario dorado,
las decoraciones murales de Pompeya,
la haraganería de un monje medieval ocioso,
los jinetes de la noche con música de laúd,
las nubes en el corazón de una pechina,
para mí la soledad de los puertos,
la amistad con las tardes de verano,
aunque todo baje,
aunque todo baje.
 
Aunque todo sea spam, compulsión con el telefonino,
pantallas, anuncios publicitarios, carne
que no brilla bajo un maquillaje de oferta barata,
ocaso de la literatura clásica y las humanidades,
degradación de la reflexión, ideas vulgares,
pastiches impensables, mármoles
destripados por lluvia ácida: todo igual
a un pabellón de esquizofrénicos
embadurnado de heces y grafitis.
 
Es difícil no bajar si todo baja,
si las ideas del alma que perfeccionó el hombre
se diluyen en alfalfa y prêt-à-porter
y no hay gloria, ni honor, ni distinción.
Todo se ha ido y solo queda regresar
al viejo orden episcopal de las mejores palabras.
Larga como una noche de suicidida
vuestra locura sin visos de consumirse.
Huir. Sentir los pasos del aire junto al mar,
la emoción alborozada de la inteligencia,
el brote de luz que rodea a los astros.
 
Entro en el bosque.
Evito la inspiración turbada, violenta, impotente,
la frase malsana con exceso de sentimientos y miriñaques.
El saber se sustituye por creaciones del divertissement,
cada día es un domingo fofo de la vida
para banal y meramente pasar el rato,
y se suma a la detestable calidad de la comida enlatada
la ignorante democracia, las mentiras políticas,
la escombrera deificada del consumo.
 
Camino del bosque.
Ya no vivo en las cosas. Me asquean.
Entro alegre en el bosque.
Alzo los ojos al cielo sosegado.
¿Me adormecí al fin?

Las nuevas categorías de pensamiento y asociación no prescriben lo alto versus lo bajo, lo refinado frente a lo romo y vulgar, la calidad en oposición a la popularidad, la highcult frente a la midcult y la masscult.
Las anteriores son categorías victorianas, y quienes las defendemos unos dinosaurios del pleistoceno muy pasados de moda. Hoy todo gira y orbita (se explica y legitima) con el vector de lo cool ante lo square -carroza-, o lo muy hot como opuesto a lo demodé.
El arte, el sexo, la política, la moda, los productos, las estrellas del celuloide o del rock o de la pantalla o de las redes sociales, las películas, el comercio, el debate, la literatura, el marketing, las nuevas tecnologías, los nuevos líderes de opinión, el periodismo, todo se reordena en un campo casi como de celebrities donde estás o bien in o bien out. Si estás in se sanciona eso que haces y crees y vives y vendes como bueno o valioso, si estás out se enjuiciará como malo y sin valor (y además carecerá de visibilidad)
La sofisticación intelectual nada tiene que ver con estos nuevos modos de ambición moderna. La figura del crítico o intelectual clásico es como la de alguien con polainas y peluca empolvada, levemente -o claramente- ridículo, y que se sustituye por el dinámico agente del entertainment y por la energía o dramartugia del mero rodar irreflexivo, inconsciente, sin pausa del mundo.
En el siglo XIX y parte del XX se intentó cambiar el mundo, en el siglo XIX Y XX también, sumado a eso, se intentó pensar el mundo; entrado el siglo XXI el mundo no requiere ser cambiado ni pensado, solo exhibido en la pasarela de Internet y otros medios de comunicación de masas, o en los mecanismos ociosos de un entretenimiento impepinablemente super divertido.
Vivimos embutidos en un capitalismo hip, en una vida divertissiment, donde reina la velocidad, la notoriedad, el buzz y lo cool. La jerarquía y la clasificación, la prelación y el criterio, son figuras arrumbadas, al igual que lo fue la economía feudal, y lo fueron los zuecos, el techado de paja o los sombreros hongo en la cabeza de los caballeros.
El futuro (ya evidente presente) pertenecen a Shakira y Piqué, y la decadencia e irrelevancia definitiva se simbolizan en Henry James o Michelet o Lionel Trilling (y sus pares)
Jeff Koons (un bodrio mondo y lirondo) se subasta a precios más altos que Miguel Ángel o Velázquez. Un futbolista o un caballo de carreras se adjetivan como algo «genial».
El gobierno de Sánchez es otro inequívoco ejemplo de esta estetización espectacular de lo público y su discurso. Sobra el criterio moral, sobran políticos en la estela de un Saint Simon o un cardenal de Retz, un Talleyrand o un Meternick, pues ¿no molan y persuaden más los astronautas, I. Belarra, Montero, el número de las vaginas en los ministerios, y el lenguaje oratorio de abaratada píldora tuit?
La decadencia avanza, incontenible.

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