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Owl

Mi casa lleva cerrada meses. A cal y canto.
Con su vida oculta que no horada las hojas del río,
con el silencio en el regazo de la cubertería de plata,
como cerrado también está mi despacho donde estudio,
o el gabinete con las espadas, las fotos y los escudos heráldicos.
 
Pero apareció un búho en el pasillo y voló hasta mi habitación.
Mamá y yo, con cuidado –los huesos de los búhos son todo aire–, con ardides,
lo sacamos por la ventana. Una ventana lisa y monocroma
que enseña al aire frío la magia de la noche.
Las claras sombras del búho a contraluz se alejan por la espesura.
En su estuche gris guarda luz que caligrafía
cómplices realidades, y transustanciación
de jardines redondos en horas de mesa familiar en tiempo feliz.
Sus ojos ovoides y grandes, su imposible peluca,
redimen cestos de fresas, uvas y lúbricos limones.
Laicos devotos y empecinados eclesiásticos ya no creen que
los dioses conviertan, por la gracia, el grano en oro, el oro en luz,
o que el corazón de un búho bombee sangre de un ser querido.
 
Rezo. Rezo y abro la puerta del salón. Y aparece otro búho.
Misterio del Sil en la más dulce o secreta hora de la noche,
desborde de estrella quieta y vieja que aparece en poco más
de un metro cuadrado del salón al lado de mis libros y los cuadros.
Los dioses se aparecieron siglos atrás a pastores
con ojos niños color olivo cábala, ¿los dioses se cobijan
dentro del fuego de la chimenea de las casas?
Mi mamá se asusta. “No temas, le digo, no son búhos,
son solo el alma de los búhos con los huesos delicados de papá”.
Es el milagro del agua luminosa de la Luna,
es la rosa, fresca encarnación en plumas atléticas.
Abro la persiana automática de la galería. Abro todas las ventanas y
la noche nublada promete toboganes a los secretos,
abro todas las ventanas y contraventanas de la galería.
El segundo búho vuela soberbio, lento, lentísimo, a la primera,
con precisión de metrónomo de pianista,
como melodía incrustada a las montañas,
con esplendor de agua y  auriga,
sale al cielo morado de la noche, hacia su hibris amada.
Un milagro más hospedando el sacro y emplumado airón
de noviembre, y su corona silenciosa y su feudal acantilado.
 
El Siglo de las Luces se escribe entero en la cabeza de estos búhos.
Los siglos anchos de los labriegos caben
en los delgados huesos de los búhos.
El noble pensamiento de un filósofo presocrático
revive en un par de búhos como hermanitos Magos de Hoz.
El vuelo perlado sigue ondeando violas y violines
en las casas de piedra en mitad de los valles.
 
Papá, en la incierta madrugada, rompiendo el largo sueño eterno
(gracias papá querido), apareció –sí– cuando más lo necesitábamos.

(i) Cuando Akbar el Grande asciende al trono del Imperio mogol en India, el arte persa e indio se fusionan creando un estilo único. El estilo cristiano es único. Cúpulas románicas sobre pechinas y sobre trompas, escuelas episcopales que derivan en Universidades, asombro y estupor ante miles de abadías, iglesias y catedrales. Cristianismo es el pontificado de Constantino I, hombre hábil para los negocios y de gran energía, a quien el miedo (padeció graves acontecimientos) jamás venció. Y el fresco del siglo XIII en la iglesia inferior de la Gruta Sagrada de Subiaco. O aquel pequeño capuchino de quien nadie creyó capaz al principio que arrancara muchos pelos de las barbas de los turcos y logró la decadencia de su amenaza salvando así (o no ahogando) a la civilización europea -me refiero a Inocencio XI. No son mis Papas preferidos, pero quise aplicar benevolencia metodológica y no odio (y además no mentir)

(ii) Alberti, en De pictura, afirmó de la basílica de Santa María de Fiore: “Esta construcción enorme que se eleva hacia el cielo es tan vasta que podría cobijar a toda la población de la Toscana bajo su sombra” Si no crees en Dios y bellezas sublimes iguales, probablemente creas (te cobijes) en Ignatius Farray, las Twanda Rebels, Puigdemont, el animalismo histérico, el anti-taurinismo, el veganismo, el anti-tabaquismo como destino en lo universal, y otras religiones de sustitución.

(iii) El primer paso de la lucidez está en admitir, con buen humor, que nuestras ideas no tienen por qué interesar a nadie. El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo es pegarse un tiro en el alma. Los hombres son menos iguales de lo que dicen y más de lo que piensan. El que se cree original solo es ignorante. Yo creo en Dios por eso, y algunas cosas más.

(iv) El nombre de Pío IV va unido a muchas obras públicas en Roma y llevó a feliz término el Concilio de Trento.

León X, hijo de Lorenzo el Magnífico, el primer Médicis en el Pontificado, tuvo una pequeña corte de literatos, hombres de ciencia y artistas; él mismo era poeta, músico, arqueólogo y filósofo, con varia cultura y con un ingenio versátil, sensible a toda forma o incitación de lo bello, pero acaso un diletante falto de profundidad. El siglo de León se llamó “áureo” gracias a su mecenismo. Promocionó y protegió a la Universidad, y por su empeño, empezó una nueva era la carrera de Rafael. Todos los poetas y humanistas debemos encomiar a este Papa mediceo.
Benedicto XIV reflexionó con superior inteligencia y extraordinaria erudición. ¡A lo mejor me reprobarán -escribió- el que haga una escapatoria por los poemas de Dante, Tasso o Ariosto; pero es que a menudo necesito recordarlos para tener una expresión más viva y mayor desenvoltura de pensamiento”. Docto, y amigo de los doctos, fue sombra benigna de los doctos. Iban a Roma a debatir y consultar con él los sabios de mayor nombre y fama de Europa. Deseaba obispos y clérigos, no solo piadosos y de costumbres ejemplares, sino también de vigorosa solidez intelectual. Monarca sin favoritos ni cortesanos -papa sin nepotismo-, y doctor sin orgullo -censor sin acrimonia. Voltaire, corifeo contra la religión, escribió un dístico a Benedicto XIV muy admirativo: "Lambertinus hic est, Romae decus et pater orbis / Qui mundum scriptis docuit, virtutibus ornat".

¿Qué se predicará del Papa Francisco? ¿Del lelo Papa pop? ¿Del peronista populista de barrio con grafiti y sórdido sótano de lavacoches industrial? Dirige la cristiandad con pósits de autoayuda. Un imprudente incorregible y chabacano. Que un Papa hable de las caricias y masajes -por ejemplo- de otro miembro de la curia es sórdido, con la ligereza inelegante de un bárbaro. Pidió en Lesbos a la UE que acoja a los inmigrantes ilegales. ¿Por qué no pide a los gobiernos corruptos, sectarios e incompetentes de los países de origen de los inmigrantes que dejen de robar, cesen sus guerras y administren de manera eficaz? Eso por nombrar algo de sus últimas y novísimas “ideas” y manifestaciones públicas. Muchos son mis pecados; espirituales -más graves- y carnales. Pero no soy Papa, caramba.

Es éticamente dudoso, estéticamente paupérrimo, intelectualmente nulo, teológicamente ignorante, políticamente indeseable, pardillo y temerario, cerebralmente mermado, conductualmente bochornoso y vergonzoso (ay esas ruedas de prensa al pie del avión, ay, ay). Sin buena voluntad, sin alma generosa o perspicaz, innoble, un talentillo débil, un calculador superficial, metepatas, divisor, sin brillo propio, polémico, monstruosamente iletrado e inculto, de maneras groseras, de bondad impostada, inmaduro y vanidoso, inútil y cacaseno.

W.B. Yeats: “Los mejores carecen de toda convicción mientras los peores/ están henchidos de apasionada intensidad”.

Este Papa es peor que una garrapata en un peluche.

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