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Sitges por los setenta

Recuerda, cuerpo, aquellos momentos esplendorosos
donde estaba la vida.
La vida que era un fresco único de Pisanello.
 
Íbamos a Sitges los fines de semana
hospedándonos en aquel hotelito de jardines decó,
de terracita con mosaicos modernistas,
y la patria era el mismo rumor del agua
y el mundo Luis XIV con un ramo de jazmines.
El cielo nuevo, la vida nueva,
dentro de ese caldero de amor puro
mojábamos nuestros labios,
y errantes guantes blancos
eran las confiables voces de los burgueses
que tanto me querían y cuidaban
algunas veces que vosotros os ausentabais.
De regreso del baño y los paseos
el humo del mar era una centella,
en la taberna sabían frescos los cangrejos,
chapoteábamos en el oro
donde late la grandeza de la Luna,
y el otro astro a lo lejos, perpetuo, lírico nos miraba.
Siento aún el salitre de luz,
las altas olas de plata del placer.
Ahora papá está muerto, mamá enferma y yo destruido.
El mundo ya es una orangutanesca
habla que nada significa,
nada es real, las cosas perdieron sus perfiles,
mires donde mires: telebasura y falta atroz de clase.
Los bárbaros, como bacterias, se adueñaron de la Polis.
Pero Sitges es símbolo de antigua gracia y libertad.
 
¿Ves la suave brisa que mueve
con mansedumbre las hojas de la Memoria?
Recuerda, cuerpo, allí estaba la vida.

¡Cómo echo de menos las partidas de ajedrez con mi padre! ¡Cómo echo de menos a mi padre! Teníamos un nivel similar, aunque él jugaba de modo más creativo y agresivo.
Como que nuestra casa era un poco pija, en un rincón del comedor, junto a la ventana, teníamos una mesa de juegos. Con mi madre jugaba a las damas y a las cartas, y con mi padre al ajedrez.
Ya no existe la casa y mi padre está muerto y mi madre mayor y enferma. «Todos los cambios están más o menos teñidos con la melancolía porque lo que dejamos atrás es parte de nosotros mismos», Amelia Barr. Muy a menudo tengo la sensación de que todo está desérticamente despoblado y que mis únicas estrellas vivas brillan en un cielo muerto.
Suscribo en su totalidad la observación de Robert Burton «No hay algo así como la felicidad, solo menores matices de melancolía»

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