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Sobre un tema de Píndaro

El elitismo no es un privilegio, sino un deber.
Junto a playas turbias o en llanuras sombrías
se enfrentan ejércitos de ignaros:
obreros con gorra de béisbol frente a
banqueros con liposucción y pensamientos Ikea;
ejércitos de ignorantes se enfrentan en la noche.
Nadie aspira a la claridad de la luz propia,
al esfuerzo y la mira elevada.
Nada saben. El elitismo no es un privilegio, sino un deber.
Cultura sin tradición es destino sin historia,
destino sin historia es cultura que no es cultura.
La vocación del fuego es la ciencia.
La Memoria el camposanto de la Verdad.
Huevas de ortigas son los nuevos centinelas:
oscuro es el siglo, no se sabe dónde está
el cielo, las estrellas están cubiertas por la niebla,
el sol se apaga entre tinieblas, la Luna ensombrece
bajo el mismo color a putas y santos, filósofos
e hipócritas, poetas y tiranos, mendigos y príncipes.
Cada estrella será todas las estrellas,
y todas las estrellas se unirán a un mismo cataclismo.
Por lo menos no tendré que leer más vuestras novelas
como gazzettes ulceradas, ni soportar las chinches
del poeta (la mayoría) de brocha gorda. Feliz destino
el que te conduce a la muerte y te aparta de los hombres.
Liberado de padecimientos terrenales
estaré en un cielo donde la gente no es vulgar,
con pastos encendidos por el cercano rey de los pájaros.
Torrenteras de agua inundarán los labios
donde mujeres bellas se abrazan, tocan su sexo y se besan.
El bosque no dejará de gritar el enorme secreto
de mi infancia rica y feliz. Sabedlo chusma,
vómito matinal, mortales títeres reyezuelos de las letrinas.

No debiéramos preguntar “¿Qué es la atención?” sino reformular la pregunta hacia otra especie: “¿Qué hacemos cuando prestamos atención?”, y entonces advertiríamos que lo que hacemos no es “prestarla” sino “regalarla”, sustituir un propósito, una línea de acción, apostar por una clase de futuro renunciando a otro.

Leer “Nuestra cultura, ¿qué ha sido de ella?” de Theodore Dalrymple, leer al joven Wordsworth, los epigramas griegos, la tradición filosófica empirista inglesa, los fragmentos presocráticos, a Nabokov, en lugar de -digamos- sustituir esas horas de lectura por la visión de un programa chismoso de Tele 5, o por escuchar las vacuidades gritonas de la retransmisión de un partido de fútbol por la radio, implica que mi atención conspira por un destino noble frente a un destino apulgarado, que sustituyo la energía plebeya por la persuasión del argumento y la observación inteligente. Gano alma y pierdo barbarie. Gano civilización y conciencia, y resto animalidad y automatismo. Típica propiedad de la buena literatura. Típica conducta del individuo inteligente.

Admirar es admirable en función del admirado; admiro a cientos de poetas, pintores, novelistas, cineastas, científicos; quien admira no tiene ennegrecida aún su alma. Admiro la urbanidad irónica, el no retorcer las ideas con “obiter dicta” injustificados y de mero hermetismo gongorino o heideggeriano, sino aplanarlas en un tono cortés y sencillo, pero jamás rebajándose innecesariamente, demostrando lucidez. Admiro una muy ancha experiencia del mundo, entender las costumbres de las clases populares y oír las conversaciones tras las puertas de los palacios.

Nietzsche declaró “Las más grandes ideas son los más grandes acontecimientos”. Las ideas sobre la familia, la educación, el feminismo, el sexo, el arte, las drogas, la emoción, el vínculo, el placer, el orden de los valores relevantes, etcétera, nacen en los gabinetes privilegiados del estudioso o del departamento universitario y, por capilaridad, acaban en el cerebro -y el corazón- del joven obrero o del burgués medio.

Imaginemos que un chaval (o una muchacha) de un barrio marginal desea ser pintor. El humus sobre el que sobrenadará le hará creer que lo importante es expresarse, independientemente de que sea un ignorante o no. Lo desalentará ante la perspectiva del duro trabajo requerido para alcanzar la excelencia, precisamente porque la idea de mérito ha sido demolida y desacreditada. Buscará un fácil éxito con atajos. Como se verá incentivado al sexo precoz y cinegético o conejero, al consumo festivo de drogas, a un inflamado resentimiento social (o de género), a resumir la humanidad en clichés, a exigir como una obligación ineludible subsidios ministeriales para su obra, a expresarse con canallería jergal para ser “auténtico”, en fin, que nuestro joven imaginario se convertirá -con alta probabilidad- en un compacto mamarracho.

Las palpitaciones de los tiempos en que se han implantado ideas abstractas e ideales desastrosos para las clases bajas es lo que por ejemplo Dalrymple revoca en las dos partes de su ensayo, comparando las contra utopías de Orwell y Huxley, leyendo a Woolf, a Shakespeare, etc... o bien extrayendo inferencias de estampas costumbritas (Lady Dy, la Habana, el París del extrarradio...); todo desde múltiples estrategias retóricas que orbitan y amplían un núcleo o visión del mundo realmente sabia. La palpitación de los tiempos es aquello que velan también la prosa de Nabokov, el panteísmo gnóstico de Worsdworth, el secreto del río de Heráclito, el trazo de Monet.

La tradición o la ilustración individual, el peso del “common sense” secular o bien la capacidad de dirimir y sopesar de un modo realmente libre, son formas de salir de este cul-de-sac. Mill afirma que “la región propia de la libertad humana [...]comprende, en primer lugar, el dominio interno de la conciencia, la libertad de pensar y sentir, la libertad absoluta de opiniones y sentimientos sobre cualquier asunto práctico o especulativo” “Este principio -prosigue- requiere la libertad de gustos e inclinaciones, la libertad de organizar nuestra vida conforme a nuestro modo de ser”...o conforme a las reglas testadas por el tiempo (ensayo y error) y que, transmitidas de generación en generación, resultaron exitosas para la solución de nuestros intríngulis existenciales y para el objetivo de alcanzar la felicidad. Yo me inclino más por la salida liberal, aunque no desdeño la conservadora-que tiene como espada de Damocles el anquilosamiento.

El Estilo Caótico e Informal que nos define disuelve la cortesía, la grandeza, la rectitud y el vigor moral, la lumbre intelectual; parece que lo que leen las lolitas vale lo mismo que “Lolita”, un eslogan publicitario lo mismo que un poema de Cernuda, cuidar de modo sacrificado e implicado a un hijo es lo mismo que abandonarlo, o que es lo mismo cumplir con el deber que transgredirlo.

Contra este estado de cosas que los mandarines intelectuales teorizaron y la plebe (convertida en populacho especialmente por los mass media y el uso de las redes) siguió acríticamente, muchos batallamos. Yo llevo cinco años escribiendo un libro, “El falso aristócrata”, donde reivindico, frente a la basura ambiental, los valores y el mundo de la burguesía hacendada y propietaria culta.

Según señala Val Cunningham en su libro "British Writers of the Trirties", Geoffrey Grigson fundó la revista New Verse en 1933 como reacción explícita para repeler los valores y gustos literarios de las masas. New Verse fue un foro ferozmente elitista.

Eliot asimismo decretó en frase célebre: "Los poetas de nuestra civilización tal como existe en el presente deben ser difíciles"

Ortega consideraba que la función primordial del arte moderno consiste en dividir al público en dos especies; los "connoisseurs", aquellos capaces de entenderlo, y quienes no pueden. El arte más que impopular sería antipopular. Cito: "el arte moderno actúa como un poder social que separa y selecciona en el montón informe de la muchedumbre dos castas diferentes de hombres". Según Ortega la sociedad se reorganizará "en dos órdenes o rangos: los ilustres y los vulgares". Según también el filósofo español el aristocratismo del arte "fuerza a las masas a reconocer lo que son: la inerte materia del proceso histórico".

¿Debe el arte, la poesía, excluir a las masas, como pensaban los modernistas? No creo que ello sea condición necesaria. ¿Debe la poesía ser difícil? Opinión tan arbitraria como que la poesía debe ser fácil. Lo que debe ser una condición necesaria y suficiente para la poesía es que ésta posea una especie de jugosa calidad, de encanto, emoción, seducción, embrujamiento, independientemente de su mayor o menor fuerza popular.

¿Está el público siempre equivocado en literatura? Pregunta irrelevante, capciosa, el refrendo democrático, el pulgar arriba o abajo de los romanos en el circo, es un criterio extra-estético. El rebaño a veces acierta y otras se equivoca, puede proteger tanto diamantes como barro, si protege diamantes no los convierte por eso en barro, si protege barro no lo convierte tampoco por ello en diamantes. Pero -podemos inferir- cuanto más "uneducated" sea el rebaño más probablemente desbarrará.

Yo ya empiezo a pensar, dado que ahora ser elitista es casi como ser judío en la Alemania de los años treinta, que en un futuro bien próximo el premio Nobel será elegido por el público por voto telefónico, como en Eurovisión; vemos como cada día se desprecia más e influyen menos los prebostes de Oxford -ya nos entendemos- en temas relacionados con la cultura o incluso la ciencia ¿Dejaría operarse usted de apendicitis por un carpintero o por mí o por su vecina, en lugar de por un médico?

Steiner declaró que "El gran arte y la gran literatura están tocados por el fuego y el hielo de Dios" (tesis que argumenta en su centelleante ensayo "Presencias reales") Dios -seguro- prefiere leer a Esquilo y Virgilio antes que ver fútbol o ir al bingo. No sé si la mayoría de seres humanos escogerían igual. Dios condena a las llamas de infierno a los Instapoetas, pero la multitud, el enjambre ruidoso de la multitud, gozoso les pone "me gusta".

Yo creo mucho en Dios y nada en Marwán.

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