Te has ido ladrón de mi calma,
en la noche espesa de ventisca e inocencia,
agarraste la maleta de prisa,
y volando como cuervo te fuiste,
arrancando los ojos de quien te guardó.
¡Qué dolor me causas!
¡Que amarga situación!
Hoy borre tu nombre entre mis sábanas
mientras resonaba en mis retinas mojadas la escena,
la de cómo tomaste mis sentimientos por sorpresa,
y sin piedad me acribillaste tirándolos al suelo.
¡Pero si yo no me imaginaba otras cejas,
otra risa, o contraria manera de jugarme la vida!;
Eras de mis penas la medicina, y ahora, el arma letal;
Diablos...
—¿Por qué matarme de ésta manera?—
Pido perdón por el alma alborotada e irremediable,
quizá demasiado o mudo mi cariño, mira, no lo sé;
Vulnerable estoy de querer explicarlo todo.
Te amé, pero te suelto...
te suelto, pero dueles,
aquí dentro.