Cm

La Noche Sin Nombre swingers

La Noche Sin Nombre
 
Ella dudaba.
Temblaba con esa mezcla de miedo y fuego
que sólo las diosas en jaulas conocen.
“¿Y si me pierdo?”
me susurró.
Y yo le respondí:
“Ojalá.”
 
Entramos.
Paredes con piel,
miradas que sabían,
sillas que ya tenían historias pegadas a sus respaldos.
 
El aire olía a permiso.
A sudor sincero.
A cuerpos que no piden perdón por desear.
 
Nos desnudamos,
no por regla,
sino porque el alma ya iba adelantada.
Ella se transformó.
La duda se deslizó por su muslo y cayó al suelo
como ropa que estorba.
 
Todo fue boca.
Todo fue mano.
Todo fue ritmo y jadeo,
entre lenguas que no preguntaban nombres
y dedos que hablaban más que cualquier verso.
 
El tiempo se fue sin hacer ruido.
Nos bebimos en cuerpos ajenos,
nos mordimos como si el mundo se acabara
al amanecer.
 
Y cuando el sol se atrevió a mirar,
ella volvió a ponerse el sostén
como si no acabara de reescribirse.
Me miró.
No dijo nada.
Pero sus ojos llevaban el tatuaje
de una noche que no cabe en la palabra “sexo.”
 
Volvimos a la rutina,
a la silla gris,
al correo sin alma,
al café tibio y sin climax.
 
Pero ya no éramos los mismos.
Éramos dos bestias
que sabían cómo se siente el fin del mundo en carne viva.

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