El poeta muerto

La dualidad del pecado y el placer

Pecar, acto vulgar, dicen los sabios,
mas es pilar que al ser humano guía.
¿Quién escapa de sus dulces labios?
Satanizarlo es pura hipocresía.
 
Aunque intentemos huir de su abrazo,
¿quién resiste su encanto seductor?
El pecado, con su cálido lazo,
es, en secreto, nuestro mayor fervor.
 
Visto con desdén por ojos severos,
mas en el alma, gozo sin igual.
Disfrutamos sus deleites sinceros,
aunque lo juzguen de forma banal.
 
Desde el Edén, la fruta prohibida
tentó a Eva con su dulce sabor.
Así, el pecado se vuelve en la vida
compañero de íntimo fervor.
 
En noches de pasión desenfrenada,
los cuerpos se entrelazan sin pudor.
El pecado, en su danza encantada,
nos envuelve en su manto de ardor.
 
Negarlo es negar nuestra esencia,
pues en cada latido está presente.
El pecado es la humana conciencia
de buscar placer en lo existente.
 
Así, vivamos sin temor ni pena,
abrazando el pecado y su fulgor.
Que al final, en la vida terrena,
es mezcla de dolor y de amor.

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