El poeta muerto

Mi Derecho Divino

-Las Confesiones de un Viejo Tirano

Matar a uno es un acto torpe,
un grito inútil en un mar de voces.
La multitud me señala, me juzga, me teme,
como si su moral pudiera atarme.
 
Pero si mato a cientos, la historia me absuelve.
Ya no soy un hombre, soy un destino.
Los caídos son números, las tumbas estadísticas,
y mi nombre, una leyenda escrita en sangre.
 
Las ciudades arden y se inclinan ante mí,
porque la fuerza dicta quién vive y quién muere.
Las llamas devoran su fe en justicia,
y en su lugar solo queda mi voluntad.
 
Mata a uno y eres un asesino,
mata a cientos y eres un conquistador,
mátalos a todos y serás considerado dios.
 
Y yo quiero ser dios.
 
No quiero súplicas, no quiero amor,
quiero que la tierra tiemble a mi paso,
quiero que las sombras murmuren mi nombre,
quiero que el miedo sea mi corona.
 
Desde lo alto del trono que he forjado en cenizas,
veo el mundo doblegarse y callar.
No hay rebeldes, no hay jueces, no hay almas,
solo un silencio... más profundo que el mar.
 
¿Es este el poder que tanto anhelé?
¿Es esta la gloria que soñé alcanzar?
Quizá sí... pero el eco vacío responde,
y en su mudez descubro mi soledad.
 
Porque cuando ya no queda nadie más,
¿a quién le importará que yo sea un dios?

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