El poeta muerto

Qué locura con los curas

En la sacra penumbra del hábito y sotana,
donde el incienso baila con la hipocresía,
brotan dogmas como hongos en madera podrida,
y el eco del amén se vuelve letanía vana.
¡Oh cúpula eclesial, útero de ruindades silentes!
Tejida en cálices de oro y miseria temprana,
donde el incienso disfraza la trama profana
y el salmo es máscara de crímenes ardientes.
 
¿Qué conjuro en latín los blinda del castigo?
¿Qué concilio torció la redención en chantaje?
Sermones vacíos, púlpitos de camuflaje,
donde el cordero es carnada, y el pastor, su enemigo.
 
La cruz invertida no es satánica intención,
es símbolo violado por praxis impía,
por manos que ungen con falsa piedad fría
y luego desgarran bajo el manto del perdón.
 
Horrible es el verbo que en susurros se vierte
en muros sellados con miedo y doctrina,
donde el perdón se compra, la culpa se encamina
y la justicia duerme la siesta de la muerte.
 
Campanas doblan por la verdad que no llega,
por la sangre callada en fríos confesionarios,
por los “Padre nuestro” con fines temerarios
y los clérigos depravados que el infierno reniega.
 
¿Dónde está el Dios que juraron encarnar?
¿Dónde el amor, la piedad, la oración pura?
Solo hay coros lascivos, retórica oscura,
y el oro papal que no deja de brillar.
 
Qué locura con los curas, con sus mitras y capas,
con su teatro sacro de perdón a medida,
su teología a la carta, su moral corrompida,
y un dios que no juzga ni limpia sus trampas.
 
Pero callan los fieles, por temor o devoción,
porque el cielo cuesta y el infierno es rumor,
y así, mientras el púlpito canta al redentor,
el altar sepulta la más vil corrupción

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