Hoy vi mis sonrisas desmoronarse. Vi la bañera afuera y su celeste color pudrirse. Entre escombros vi la niñez y la vejez desaparecer. Vi el amor debajo de rocas luchando por contener su existencia. Hoy vi a los ancianos morir y dormir en la memoria de sus pasos. Lo único que queda son los días soleados donde jugábamos en el cuarto pequeño de lavar yo y mi imaginación, donde luego gritaba la linda arrugada que vaya a contemplar sus delicias que cocinaba. Nunca faltaba preguntar si había comida. Siempre estaba su fragancia conmigo cuando le llamaba por las noches de cartas en el sofá y cuando las risas entre dientes encarcelados, por fin lograron librarse del monstruo verde. Esos días de noches negras de espanto a solas cuando de repente sentía su tenue calor que abrazaba mis brazos frágiles, temblorosos y susurraba en mi oído, como madre segunda, los países. Como devolver las mañanas de devocionales en el amanecer con su dulce vos que admiraba la sabiduría y la desdicha de las rosas. Sin embargo, por mas memorias que mi baúl de recuerdos logre aguantar, de un segundo al otro, todo se derrama, toda la vida se desploma, y mis ojos por un momento, en su desierto encuentran un oasis ya habitado. Y las gotas derramaron. Y esta pequeña niña, que ahora mujer, tropezó con su querer y su pretender. La simple realidad de antes ya no era, ya no había.

Entre triste mármol y colores gris olvidó y eso fue lo que mas dolor causó en ese pequeño rubí de cristales sin fin, entre sus costillas gris.