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MALDITA ENFERMEDAD

A las cuatro de la mañana
con el silencio de la noche,
apenas roto por algún coche;
me siento en la cama y pienso
en ti.
 
Nunca vi en tus ojos el miedo
que había en los míos.
Tu cara demacrada, blanca
como la sábana que te cubría,
¿cómo podías sonreír?
 
Te amo, susurrabas con un hilo de voz,
te besaba la frente, las mejillas,
los labios secos, besaba hasta
la enfermedad que te estaba llevando.
 
De la mano íbamos paseando
por la ciudad oscurecida,
alumbrada por farolas envueltas en flores;
me pegabas a ti fuerte, mirabas mis ojos,
en plena calle me plantabas un beso
que yo enraizaba en mis labios
entre mi lengua húmeda, deseosa de ti.
 
La palabra prohibida ya estaba entre nosotros,
esas letras las odié desde que las pronunció el médico,
sentada aquel día en bragas en el suelo, sangraba
lágrimas de impotencia.
 
La música perdió sentido, eran solo sonidos,
la poesía solo era un desgarro en una libreta rota,
te miré dormido y quise fundirme contigo, sentir
tu dolor como mío, tu angustia, jamás volvería
a decir aleluya, nunca saldría la palabra amén de mi boca.
 
Luchaste, madre mía ¡cómo luchaste!
Pero vi como te diluías en una despedida
llena de amor, supe que era hora de dejarte marchar.
 
Sentí un disparo que penetró de pleno
en mí corazón, sentí que moría a trozos,
a cachos, me dividí como un puzzle,
luchar por vivir, dejarme morir,
el negro se convirtió en mi color favorito,
una casa solitaria me esperaba
lloré, por fin lloré, deje que me inundasen
el alma regueros salados.
 
Hoy, no puedo dormir,
oigo como late mi corazón,
he conseguido sonreír y volver a vivir,
pero la vida no me sabe igual,
enciendo un cigarrillo, sí, he vuelto a fumar,
me hago un café y por primera vez en dos años,
empiezo a escribir.
Siempre te amaré, siempre.

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