Cinco años atrás nuestras pupilas yacían instaladas en el horizonte mientras el sol fenecía sangriento lentamente con nuestra voluntad adjunta.
Ahí te fuiste hermana, llena de desidia; incompleta, sin artículos ni adjetivos.
“Te vas con tu sol a medio anochecer sin Dios que nos ampare, ni con solución en la vista”, te dije.
“La tierra me le ha llorado lágrimas de hierro a mi avaricia”, replicaste.
Culpa al profundo hoyo de la codicia extrema que no salva vidas, que prefiere quitarlas. Peor... las deja ir.
La voluntad ha sido férrea y Dios ha sido cobarde, comprendí.
Hermana, el sol aún sigue muriendo ensangrentado, ¿qué le digo a mamá?