A Orfeo se le acabó un día el tiempo.
Cuando quiso tomarse el pulso
comprobó que la nada carece de latidos.
Hizo una larga caminata
a través de sus párpados cerrados
hasta dar con los Hades.
Llegó a los Campos Elíseos
y buscó a Eurídice por los cuatro puntos cardinales
de la eternidad.
A todo mundo preguntaba:
¿Han visto a mi amada?
¿Hay un lugar de este espacio
donde la soledad no ejerza su monarquía?
Todos se alzaban de hombros.
Pero Hermes, que venía departiendo con Eros,
le espetó: pero ¿ignoras que Eurídice
fue resucitada?
Y otra vez la misma historia.
Cuando Orfeo vivía, Eurídice se hallaba
arropada en la mortaja.
Cuando Orfeo murió, Eurídice fue
reintegrada a la vida.
Un suplicio más.
Producto de la falta de puente
entre el mundo de los vivos
y el mundo de los muertos.
Y Orfeo, mirando la frontera,
gemía: ¿cómo salvar al grosor
de lo imposible?