Ahí sobre el ramaje puedo oír la consonancia.
El temblor, la jactancia, la cantata del plumaje.
Puedo oír la abundancia melodiosa del frondaje
o el acorde salvaje de volátil nigromancia.
Puedo oír un coraje que aletea. La arrogancia
de cualquier asonancia gorjeadora. O el mensaje
que transmite a distancia la armonía del celaje
como arpegios en viaje, melodías en vagancia.
A su vez, con sus patas en el verso, brota un trino
tembloroso. Me inclino para oír las serenatas
de su cántico, gratas al deseo en torbellino.
Llego al fin a la suave y encantadora secuencia
con su rítmica esencia de este concierto de clave.
Punto: nido de un ave que ha dejado la existencia.