Va de pasión en fondo por las calles
alineada la masa. Pasa en ellas
su tráfico iracundo. Cada gente
hace un mínimo cráneo con su mano
para poner en él
su incipiente conciencia proletaria.
Avanza cada frente
con su breve pancarta de coraje.
Aunque en medio del río.
pretendo ser la gota que conserva
la conciencia de sí,
me uno al coro de voces que da forma
a ese canto que luce finalmente
borradas las fronteras de los himnos
nacionales. Los gritos y las porras
nos hablan de una isla,
de un territorio libre en la esperanza,
de un descubrir aquí en el Nuevo Mundo
de nuevo el Nuevo Mundo.
En medio de esta turba,
donde un furioso verso es cada hilera,
cada grupo una estrofa, 30
la manifestación una poesía
de Neruda, Llikmet o Maiakovski,
que ha ganado la calle,
me pongo a recordar, y se me viene
a la memoria el tren, el tren de carga
—atestado de espíritu rebeldede manifestaciones ferroviarias
que le daban al zócalo el carácter
de estación terminal. Y se me viene
al recuerdo la masa
de estudiantes, maestros, que soñaban
que una bandera roja,
con audacia alpinista.
sobre la Catedral se enseñoreara.
Y se me viene aquí, justo a la angustia,
la célula con Pepe, con Eduardo,
el breve caracol en el que pude sintonizar un día
el rumor del Mar Rojo que se acerca.
Y entonces se me viene
todo el sesenta y ocho a la cabeza.
La manifestación hecha en silencio,
en que sólo podían descubrirse
los puños en voz alta.
La manifestación que se diría
guardaba ya minutos de silencio
por las futuras víctimas. Recuerdo
Tlatelolco. Recuerdo
mis amigos y alumnos y recuerdo
el permanente mitin de sus tumbas.
Y en medio del recuerdo caigo en cuenta
que quizás a la vuelta de la esquina
puede encontrarse el monstruo,
el monstruo lacrimógeno, la fiesta
de las balas del monstruo. Pobre México,
invadido de Díaz y de Díaz,
presas de hordas de Díaz. Pobre México.
En tu bandera luce
un monstruo devorando una serpiente. 31
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