Loading...

La hermana

I
En la línea fronteriza
con que mi identidad pinta su raya,  
te hallabas tú,
encabezando la lista
de mis prohibiciones,
el catálogo cruel y puntilloso  
de la moral madrastra.
Por aquellos días
no sólo pescaste al vuelo alguna de las frases  
pronunciadas por el sutil deletreo
de mis párpados.
sino que terminaste por oír y comprender  
el gruñir de mis órganos internos,
las blasfemias coaguladas en mi sangre
o el sollozo con que tartamudea mi ternura...
Yo asimilé también aquí a tu vera  
las voces inaudibles que brotaban  
de las partes pudendas
de tus poros.
No fui indiferente al clamor en sordina
que suelta en toda tú lo inconfesable,
ni al instinto sepulto en las reconditeces de tu cuerpo,  
donde tu carne finge ser ya un trozo
de materia suicida.
Supe entonces
que la fuente de mi inspiración  
—tomarle el pulso a los árboles,  
quedarme sin ojos tras el vuelo de las aves,
cantar desgañitadamente y al unísono con los vientos—
de no sé qué manera se fundía
con tus piernas, tus senos, tus caderas,  
con todo ese puñado de morbideces  
que mantiene con la palma de mi mano  
un aire de familia insoslayable
 
.I I
 
Pero vayamos al lado oscuro del castillo.
La soledad estaba siempre merodeando.
Meditaba en la forma de trocarse en ave de rapiña  
y arrojarse al aquí y al ahora de este grito.  
Rodeaba los cuerpos
de alambradas de carne
para frenar los pasos
amorosos,
la valentía
del aproximarse,
la idea fija de las manos
que conspiran, en pie de audacia,
contra la satrapía
de los límites.
Gustaba echar a andar
esa caja de música siniestra
en que se me había acabado de convertir  
el tronido de los dedos.
Coleccionaba caracolas.  
Pero de un género sólo:
de aquellas en que se podía escuchar,  
eterno, majestuoso, inagotable
el mar de incertidumbres;
sabía cómo asaltar, en fin, al ímpetu
de libertad,
atarlo y convertirlo
en un cero a la izquierda que como pequeño globo  
se desinfla
y dejar al corazón
rumiando entre sus venas su rosario
de tarántulas.
Pero nuestros padres, hermana,  
no sólo dieron a la luz
a este poeta que ha obtenido  
varias veces el primer lugar  
en los concursos de migraña  
o a este mamífero
que está por editar
su primera antología
de aullidos a la luna,
o también a esta mujer
que advino al mundo
en una nave de vela
empujada por un huracán de genes
para ser musa,
hermana de mis ojos,
mis manos,
mi sangre,
perfume de la más entrañable de las flores increadas  
criatura con toda la luz que requerimos para salvar la  
noche
en la palma de las manos.
 
III
 
Mas la soledad
se tendía entre nosotros
con presunciones de frontera,
quemazón de salvoconductos,
deslinde de amorosas confusiones.
Le podaba las rosas a nuestra fantasía,
enmarañaba la ilusión  
de escapar finalmente  
del mareo laberíntico,  
al transformarla
en laberinto de hilo,
y dejaba en libertad los alacranes
jugosos de veneno.  
Ahí estabas, hermana,  
en mi línea fronteriza,
en la aduana de poros con que empieza el afuera.  
Ahí, para vendarme los gemidos.
derramarte en mis heridas
y ponerle a mis vocablos plañideros
la sordina de tu dedo en la boca.
 
IV
 
Ahí estabas. Al alcance del deseo,
de la mano desenguantada de prejuicios;  
sin vacilaciones,
ni riendas,
ni poquedades,
ni la voz insidiosa y maloliente
del escrúpulo.
La distancia
—que por más que restáramos, medía  
siempre el mismo infinito—
fue hostigada por las fauces
del atrevimiento.
Pero ahí permanecías,
en el lugar exacto de lo otro.
sitiada en tus aquíes,
en tus aislantes células,
por los amurallamientos del bautismo,
por el principio de identidad que espolvorearan  
en toda tu epidermis
las manos de los padres.
Ay, nuestros padres.
Nos dejaron de herencia  
este ser individuos,
islas,
mapa de células.
Este vivir prisioneros  
a cuatro llaves,
a cerradura ciega,
dentro de un cuerpo
por sí mismo acorralado.
Nos acercamos uno al otro
con la temeridad enredada entre los dedos,  
convencidos de que el tacto,
vigía de la epidermis,
halla siempre los pasadizos secretos,  
los puentes,
los pedacitos de tierra de nadie,
bajo la altanería de las diferencias.
En ambos raya una convicción:  
el amor sabría revolver 91
los poros de lo mío y de lo tuyo  
a la busca de la cama promisa  
del nosotros.
Ahí estábamos.
Respirándonos mutuamente los alientos.  
Dándonos uno al otro el golpe
a sus suspiros.
Era preciso dar el paso.
Mirar sobre los hombros del desdén  
las convenciones,
las consecuencias
o el sismo de principios y preceptos.  
Había que darlo.
Y lo dimos.
 
V
 
Nuestras fronteras fueron al cadalso.
El principio de identidad se embarneció en un punto
del espacio.
nuestra epidermis amordazó
los monólogos obsesivos de sus orillas.
Y fuimos una carne,  
idéntica pulpa de manzana,
el dulcísimo pronombre hermafrodita,
la jadeante unidad de contrarios,
las bocas confundidas,  
las manos al garete.
Qué felicidad, hermana.  
¿Lo recuerdas?
Qué paraíso levantado
a fuerza de infracciones,  
de resoluciones perplejas  
y de saltos mortales.
Qué manera de incinerar decálogos,
hacerse oídos sordos al estruendo
que se agolpa en el púlpito
o cortarle las alas a los cuervos
que anidan en la parte  92
oscura de las normas.  
Qué forma de gritar «ya basta» a los mandatos
que usaban el canal de lo infinito.
Qué paraíso terrenal
cargaron en sus hombros ese día
dos valientes.
¿Recuerdas?
Qué júbilo indecible cuando barrimos del entorno  
las dudas,
los temores,
las letras de los nombres paternos,
el morderse y remorderse el alma toda  
o el curvo sentimiento de una culpa,
bajo la acusación
de que todos,
quién más quién menos,
habían hincado su diente en la pulpa moralista,  
la discordia azucarada
y el rojo delincuente
de la manzana fatídica.
Qué satisfacción saber,
hermana,
de que aquí,
en nuestro mundo,
en este dar rienda suelta a lo que somos,
se ha apostado un arcángel
que blande y blande la línea fronteriza  
de su espada
flamígera, filosa, imperturbable
que además de vedar, con su aduana de fuego,  
el paso a los intrusos,
nos esconde,
protege
y vela dulcemente nuestra culpa  
de las conspiraciones y amenazas  
del incienso.

(2008)

#EscritoresMexicanos El De me pertenece viento

Liked or faved by...
Other works by Enrique González Rojo...



Top