Evelyn Zambrano Barriga

Finales de otoño en el suroeste

El viento rasguña mi aliento;
se lo lleva con mi calor hacia las nubes.
Ya ni siquiera el frío puede empañar mis lentes.
 
Camino sobre adoquines regulares.
Otros no lo son tanto.
Tal vez tropiece y caiga sobre la hojarasca,
o tal vez tropiece en los brazos de alguien.
¡Oh, no! La cordura es algo injusto.
 
Observo las casas de múltiples ventanas,
coloridas y bien diseñadas.
Pienso que solo fueron hechas para ser hermosas.
Me pregunto también si esas ventanas
vieron correr la sangre por los adoquines.
 
La llovizna diaria me aleja de las calles.
Mi refugio improbable es una iglesia.
El espíritu habita dentro de lo espiritual.
No hay nada sacrilégico, solo turistas.
 
Un castillo me saluda en lo lejano.
Me tienta a entrar en su belleza.
De lejos ya sé, se merece un poema entero.
 
Un hermoso puente yace sobre el Neckar.
De lo antiguo quedó muy poco,
múltiples figuras metálicas adornan
con una modernidad inmunda.
 
Un tumulto los sábados,
la tranquilidad de los domingos.
Pero no hay ley que impida las campanadas.
Las costumbres perduran más que la religión,
en una circunvalación atea.
 
Hablo con los civilizados de la región.
En ellos encuentro solo palabras vanas.
Mi fuente de información es poco confiable.
Tal vez solo estoy aprendiendo lo malo.
Me pregunto si en la belleza solo reside la lujuria.
 
El sol prontamente se esconde.
Para mí es de noche a las 5 de la tarde.
Quiero volver a casa.
El frío me acompaña, y el calor me abraza.

Heidelberg 8.11.2024

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