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Sociedad anafrodisiaca

(texto)

Tu mayor deseo, hoy se hizo parte del útero. Tu pasión vehemente descarriló los orígenes de nuestra vida. La muestra divina pecó pedante y volcó su última huella de arpía, que sin apego ya hizo imposible lo imposible.

Nuestro postremo día ya está a la orden del clérigo, quien sin fe sigue embrujando a los siguientes herederos de la nada, el vacío.
Como un hachazo al agua las olas fenecieron, también en masculino.

Con el contorno de la luna, reflejada sus espadas, los guerreros se rinden con sus rodillas al suelo y sus miradas en andas. Pidiendo clemencia a tan preciado Dios que hoy los está traicionando.

Su placer ya no existe, sus hijos tampoco. El goce ya parece genero literario de antaño. Nunca experimenté semejante sabor amargo, ni si quiera en el kiwano que me ofreció la misericordia.

Ya han perdido los valores y las tradiciones. Sus cascos imitan una tímida lamina de luz que perpetra en sus ojos. En prosa repiten una y otra vez los escritos profanos; “Oscuras mareas de puñales, dejen ya de matar mis ilusiones”.

Demasiado tarde lo advertí. Las mujeres siguen hermosas, pero ya nadie las quiere ver. El deseo está extinto. Duele mas ser ignorado que ser dispar, decían las féminas encerradas en un cañón, al borde de la laguna, con sus puntas empapadas y sus payos espumosos.
A un empujón están de cambiar su semblante, por peces dorados y sordos, y feos y grandes, y luminosos, defectuosos, repulsivos casi vomitivos. Pero humanos, al menos más humanos que nosotros quienes ya no nos sentimos cortejados, ni tampoco reproducibles.

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