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Hombre y yegua

Cabalgando yegua negra
De herradura polvorienta
Cubrió nuestro santo cielo
Oscura ave de pico cenizo
Incitó el despertar de inquietud,
¿Quién diablos eres? pregunté–
No oí respuesta alguna.
 
Aposentada en la rama
Graznó con triste delirio
No sé si por soledad o locura
Imaginé palabras encadenadas,
¿A mí me preguntas? consultó–
Volviendo al nublado cielo.
 
Mis ojos quemados por el sol
Decidí seguir su hermana sombra.
Tierra alzada y suspiros de yegua
Descansé por desvelo del pañuelo negro,
¡No te veo en esta noche!  grité–
Temí a su celeste aparición.
 
 
 
 
Con vela de tenue luz en mano
Prendí la muerta hoguera,
Dando vida a su entorno gris
Soplé lo que un día fue principio
Cubierto en cera de atroz dolor.
Aún no me tengas miedo  –graznó–
Mis ciegas orejas quisieron entender.
 
Mil preguntas despiertas en mí
Corren directas a mi seca boca
Solo una puedo yo pronunciar.
Aún dolorido por el racismo
Al que sucumben las otras,
¿Quién eres?  pregunté–
Dos palabras de principio y fin.
 
Un insípido silencio nació
Pero rápida muerte acabó
Pues oímos el batir de alas
Con un inconfundible canto
De gritos, suspiros y gemidos,
Soy aquel que pondrá fin dijo–
Gigante océano retumba en mi.
 
 
 
Le miré a los ojos y lo entendí
Siempre lo supe, quise evitarla
Pero fui yo quien la siguió,
Desde mi nacimiento condenado
A perder  tiempo en preguntas,
¿No es así Destino? pregunté–
Asintió, sin temer a ese momento.
 
Acaricié a la yegua y di de comer
A lo que dará libertad a
La perfecta unión entre hombre
Y la  sagrada tierra bendecida,
Es la hora graznó–
Adiós  relinchó–.

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