El cuarto huele a ropa sin usar,
a promesas que no salieron del sobre.
No hay nadie en casa, ni sombra, ni paz,
solo este ruido de fondo que a veces se rompe.
Me duelen los domingos desde niño,
y eso no lo mejora ni el mejor estribillo.
La vida me vigila como a un desconocido
que se coló sin querer en su propio destino.
Tiro los días como cerillas apagadas,
sin fuego, sin farol, sin mapa.
Y si alguna vez amé, ya no me acuerdo,
porque a veces el recuerdo también me cansa.
Tengo amigos, tengo voz,
tengo incluso quien me canta.
Pero al llegar a casa me pregunto
si alguien sabe de verdad quién soy tras la fachada.