Xanti - Bré

El que murio con los ojos abiertos

Elegia a Miguel

 
No cayó en una trinchera,
ni con un grito heroico entre los dientes.
Murió con los pulmones llenos de silencio,
en un rincón sin ventanas,
como si el aire también eligiera un bando.
 
No llevaba un fusil,
llevaba un cuaderno lleno de hambre
y el nombre de su hijo
escrito como un rezo en cada verso.
 
Tenía las manos de tierra,
de esas que saben de mulas y surcos,
y aún así escribía como quien llora
lo que otros no se atreven ni a sentir.
 
No pidió venganza.
Ni siquiera tuvo tiempo para el odio.
Solo le quedó el cuerpo vencido
por la tos y la noche
que no entendían de fronteras ni banderas.
 
Un país se desangraba entre hermanos,
y él, con el alma rota pero intacta,
fue castigo por decir lo que duele
con la voz temblorosa de la verdad.
 
Los muros no callan al que siembra.
Y aunque lo enterraron sin ruido,
el trigo aún brota donde habló su boca,
y sus huesos, ya libres,
siguen escribiendo lo que el miedo rompió.

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