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Amazónica

Tu piel, delirio de duraznos.
Miro a lo lejos tu figura imponente
como una torre que se extiende hasta los cielos.
No dudaría ni un segundo que eres casi diosa,
una Afrodita, una amazona, la santa gloria.
 
Bendita seas entre todas las mujeres y bendita tú,
qué quemas con esos ojos dominantes y esa es tu virtud.
 
Tu andar, tu esencia y tu infinita complacencia.
Entro en penitencia por ser secuaz
y cómplice de toda tu belleza.
Eres eterna bajo una manta de bondad y de malicia mustia.
 
Una leona lista para cazar,
tu don, una rareza entre las damas.
Me hago cual pendejo cuando andas.
Y me preparo para dejarme llevar entre tus finas garras,
como si nada pasara.
 
No me importaría desgarrarme entre tus brazos tan solo un momento y morir después del intento.
Declararte la guerra del amor hasta perder el aliento.
Soy solo un condenado que gana cuando pierde.
 
Seré un neófito,
un alquimista experto en desnudar tu mente.
 
Espero lentamente
y con paciencia la oportunidad
de morderte hasta los cienes de veces
para enamorarte de este fiel siervo de tu labios
y de tus ojos;
Y del sutil y bravo roce de tus manos que me elevan
y me mantienen cuerdo de este infierno de tenerte solo como un recuerdo,
que ya extraño.

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