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En la muerte de don Rodrigo Calderón

Sella el tronco sangriento, no le oprime,
De aquel dichosamente desdichado,
Que de las inconstancias de su hado
Esta pizarra apenas le redime;
 
Piedad común, en vez de la sublime
Urna que el escarmiento le ha negado,
Padrón le erige en bronce imaginado,
Que en vano el tiempo las memorias lime.
 
Risueño con él, tanto como falso,
El tiempo, cuatro lustros en la risa,
El cuchillo quizá envainaba agudo.
 
Del sitial después al cadahalso
Precipitado, ¡oh cuánto nos avisa!,
¡Oh cuánta trompa es su ejemplo mudo!
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