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Atardecer de otoño

Apartamento para tres

Mientras Ateles lavaba los platos con mirada perdida y taciturna calma, sin quitarse el moño amarillo de su cuello, escuchaba el manojo de llaves de su compañero de piso, que lo separaba por miles de años, pronto a entrar al salón.Su entrada enclenque cortó suavemente el rayo del atardecer que penetraba desde al mono-plantin– seudo– balcón.Y sin pronunciar palabra se dejó caer en la silla de plástico, apoyó el manojo de llaves sobre la pequeña mesita redonda y emitió un bufido hacia el húmedo cielo raso.
Atele, arqueo las cejas, sospechando que algo diferente sucedía en las emociones de Don Justo Martínez.
Sin titubear le preguntó cómo había sido su jornada.Don Justo,,como buen parlanchín, confesó durante minutos la penosa dicha que lo  perseguía desde años, mujeres intratables, trabajos deshonestos, familia desaparecida, autoestima por el piso.
Atele, masticando un plátano, lo escuchaba con claridad, pues era muy familiero y amigable y las penurias de Don Justo no lo apenaba, pero si lo motivaban para darle sabios consejos y levantarle el ánimo.
La tarde otoñal no terminaba de entenebrecer el apartamento y proyectaba un brillo cegador en la mirada futíl de Don Justo, mientras en el otro extremo del apartamento, Gorgo que podía escuchar la conversación desde su pequeñísima habitación, escribía un ensayo de carrerilla, sin tachaduras, ni pausas y apenas tomándose el tiempo de saltar de una página a otra;decido abrir la chillona puerta, que suscitó la grima de los dos parlanchínes de turno en una trama como una escalera interminable
Gorgo que, según él, tenía una barriga de cerveza, saludó de manera furtiva, encaró hacia la nevera, recogió su bife angosto, abrió la llave de la perilla del tanque de gas, encendió el anafe, barnizo de aceite la sartén y puso a chisporrotear el jugoso trozo de carne.
Naturalmente se inscribió en la cadenciosa conversación, sin voltear su cabeza hacia la mirada de Atele y Don Justo, como buen literato aficionado y político amateur, tan vanidoso que creía que su nombre está escrito en lingotes de oro, provocando la sonrisa picaresca y confiada de los amiguetes.
Y sin saber, como generalmente sucede en las conversaciones abiertas espontáneas, Gorgo contó su historia y todo aquello que su falta de experiencia le había impedido trasladar al papel.
Finalizando su monólogo, recogió su dorado bife untado con ajo y perejil, destapo una bebida gaseosa, la más burbujeante de todas (ya saben cual es) y se sentó a disfrutar su selecto manjar, exhalando una ventisca aire caliente y provocando un silencio académico.
La noche se asomaba entre los edificios descoloridos, y las palomas surcaban como balas el cielo.No es que Gorgo, guste ser iniciador de unos dimes y diretes sin fin, pero la separación de su mujer hace meses desató y, tal vez, continuó el afán de ser un  (mal)acostumbrado a discutir eternamente, y acaso por su dudosa formación pretende quedar como un erudito en la argumentación, un ilustrado en la oratoria y un multiplicador de ideas, vanas quizá, pero idas al fin.
Don Justo, más por la forma jovial de sus interlocutores  que por la forma de sus argumentos deslizó una mirada risueña y una sonrisa amplia, dejándose sumergir en el deleite de las palabras de sus dos amigotes.La vacilación de las palabras de Gorgo no conformaban la creencias de Atele, que interrumpió abruptamente para referirse sin vacileos al disparador inicial sobre la salud mental de Don Justo, comentando la frase que leyó hace uno semana atrás:- “Los placeres de la observación y los beneficios que engendra el hábito de analizar la vida resultan tan inocentes como infinitos”.-Dio media vuelta, abrió la puerta que da al pasillo de escape y salió sin previo aviso. Gorgo continuó masticando bronca y bife. Don Justo quedó boquiabierto con la lengua palpando en labio inferior y rascándose el codo.

Ejercício para practicar un relato,tomando tres frases de otros cuentos e incorporarlas a un tópico,en este caso,tres personas en un departamento.

#conversación #departamento #otoño

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