Los viejos poetas, los viejos maestros realmente
duchos en el terror de nuestra época, se han puesto
todos a morir.
Yo sobrevivo, lo que pudiera calificarse de milagro,
entre los jóvenes.
Examino los documentos:
los mapas, la escalada, las rampas de lanzamiento,
las sombrillas nucleares, la Ley del valor,
la sucia guerra de Viet Nam.
Yo asisto a los congresos del tercer mundo y firmo
manifiestos y mi mesa está llena de cartas y
telegramas y periódicos;
pero mi secreta y casi desesperante obsesión
es encontrar a un hombre,
a un niño,
a una mujer
capaces de afrontar este siglo
con la cabeza a salvo, con un juego sin riesgos
o un parto, por lo menos, sin dolor.