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Capítulo II: Margento

No es incorrecto deducir al más doloroso de los casos del amor como un resultado de la búsqueda constante de uno mismo. Allí es donde persevera la esperanza. Corderos de la sombra aún gritan sueños tras los campos verdes y yo también, está claro. Quién puede explicar la naturaleza de la Idea, quién, poeta, puede hacerlo... acaso tú lo intentaste miles de veces, jugaste a la deducción desmedida, serviste tu cuerpo al tiempo y su dolor: agua salada de sabiduría. Mientras releo mis cuentos, mis poemas; mientras veo en Dante mi pasión por la Idea, en Gustavo la muerte de mis sueños, noto una línea recta en el laberinto de la vida, una mirada llena de nombres, veo a las cosas inútiles cobrar un sentido coloso: cosas tan ilusorias como las palabras, ellas tan comunes, son por un instante, constelaciones que bajan contra esta sed de luces. Poco a poco, como una materia que empieza a revelar su ceniza o como un aerolito perdiendo calor, recupero esta mirada tan compartida de la vida: el Amor ya no es Amor, es solo amor; el dolor menguante, que era como un sol que irrita, en su ocaso me relega toda sensación de existir, de ser humano, de ser. La inspiración muere. Del rayo sólo queda el gusto a agua quemada. Las abejas dejan de ser lágrimas del sol, sólo son abejas. Renace en mí el miedo del animal maltratado, del pájaro que vuela por la piedra. Salgo con paraguas, voy a mojarme. Todas las personas conocidas en mi vida, todas las personas presentes pasan a ser sólo eso: todas las personas. El movimiento de las nubes bajo una luna que está contra el cielo: en ese instante de comprensión ocular ya todo ha pasado. Eso es lo que me falta, una segunda, tercera, cuarta comprensión; un ojo que no se detenga en la imagen que captó, un ojo que siga siendo ojo a pesar de tanta belleza, de tanto dolor o alegría. Y de todas las personas surge, burbuja amarilla, Soledad. El rostro al cual vuelve el ojo, el nombre al cual los dedos se subordinan.

Piaciuto o affrontato da...
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