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A mi padre encanecido en la fuerza de su edad

Es el sepulcro puerta de otro mundo:
Los sabios y los buenos
Así lo afirman, y de espanto llenos
Tiemblan los malos a su horror profundo.
 
¡Verdad sublime! ¡Oh Padre! Bastaría
Tu dolor elocuente
A demostrarla, y a fijar mi mente
En los tormentos de la duda impía.
 
Deja que vil calumnia se prepare,
Porque has obedecido
El acento del Dios que ha prometido
«Piedad y amor a quien piedad usare».
 
Los pullos te bendicen: ellos fueron
De tu virtud testigos,
Y cargan a sus torpes enemigos
La justa execración que merecieron.
 
No tus canas fijó del tiempo el vuelo;
Sí noble desventura...
—¡Contempla ese volcán! ¿Su nieve pura
No prueba, di, su inmediación al cielo...?

(1820)

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