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Jacques Rigaut

Mi libro de cabecera es un revólver
y quizás algún día, al acostarme,
en vez de apagar la luz, distraído,
me equivoco y aprieto el gatillo.
 
Yo seré el más grande de los muertos.
Pensar es la tarea de los pobres,
una triste y miserable revancha.
Pensar y pensar no sirve para nada.
 
Si estoy solo en mi pieza no pienso.
Solo pienso si me obligan a pensar.
Y pensar es decidirme por la muerte,
mejor duermo hasta que el sol me despierte.
 
Seré serio, tan serio como el placer:
La gente ya no sabe lo que dice.
No hay ninguna razón para vivir,
pero tampoco la hay para morir.
 
Quizás la única forma de mostrar
que la vida nos importa una mierda,
es aceptarla con el pecho abierto.
No merece ni siquiera el desprecio.
 
Todos los espejos llevan mi nombre,
me condené al patíbulo naciendo.
Desde entonces vago como un ciego,
buscando una respuesta en el espejo.
 
La vida sólo tiene un encanto cierto:
Saber que cada momento es un juego;
pero si es lo mismo ganar o perder
¿No será tiempo de desaparecer?
 
Hay que pensar la pregunta y detenerse.
Quien dice: ¡No hay respuesta! se condena.
Sin respuesta se acaba la partida
y el juego seguirá con los que vivan.
 
Respondo por mis veinticuatro horas,
mis setenta arrugas, mis cuarenta años,
por mis amores, mis presagios,
mis errores y por mi desamparo:
 
Mi libro de cabecera es un revólver
y al fin esta noche, al acostarme,
en vez de apagar la luz, decidido,
me desnudo y aprieto el gatillo.

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