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Carta a mi hermana

A la hermana que nunca tuve, pero que siempre estuvo a mi lado.

Hermana mía:
 
Naciste antes que yo viera por primera vez la luz
y tus canciones fueron mis primeras melodías.
Aún recuerdo tus blancas manos,
deslizándose por mis cabellos;
parece que fuera hoy que te veo sentada junto a mí en el jardín:
enseñándome el nombre de las flores,
haciéndome reconocer el canto de los pájaros,
¡hermana artista!
 
Tú me salvaste siempre de las impredecibles tempestades maternas
y de los violentos terremotos paternos,
que agitaban los mares de mi corazón infantil,
¡hermana protectora!
 
Tú me enseñaste que las mujeres son líquidas
y que sólo debía conformarme con breves instantes de júbilo,
minúsculos como las gotas de rocío adheridas a mis manos,
después de acariciar la hierba,
¡hermana sabia!
 
Una tarde de primavera,
cuando ya habías florecido,
cruzaste para siempre el umbral de nuestra puerta;
te fuiste a cazar sueños,
tal como lo hacías con las mariposas amarillas de la tarde;
ese día, tus ojos de esmeralda brillaron como nunca
y tu piel de seda se agitó con la brisa de septiembre.
 
Nunca más volví a verte,
pero el dulce aroma de tu piel
y el eco de tus palabras de niña sabia
me han acompañado cada día de mi vida.

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