Oh pequeña muerte, inmenso vacío
donde mi alma se esconde, cada vez
que estalla en supernovas; embriaguez
de un sudor deliciosamente frío.
Sinfonía de hormonas dentro mío,
movidas como piezas de ajedrez
por una sombra; súbita mudez
del que observa su reflejo en el río.
Alma y cuerpo, se vuelven un instante
el zenit y nadir de mi planeta,
que orbita a la estrella más distante.
Mas volverán los dos a su secreta
dependencia, abrazados a la errante
cabellera del último cometa.