Alquimia
Todo surge con una hoja y un humano, un humano listo para atacar. Pero antes, el humano se pierde en el blanco de la hoja,
elevándose con sus ideas, hasta llegar a un limbo donde no se reconoce, y es en ese limbo donde nace la necesidad de escribir. Se convierte en algo urgente, imperioso, pulsante; un deseo que no tiene sentido más que en su concreción.
Y finalmente, ataca.
Las palabras surgen, como heridas, algunas más profundas que otras. Irrumpen súbitamente, en medio de la tranquilidad virginal, que se hace tediosa. Y la hoja, lienzo infinito, se vuelve piel propia y cotidiana, que recibe sin llorar las puñaladas de la tecla, el bolígrafo, o el lápiz. Ella sabe, el humano también lo sabe: crear implica sacrificios.
Él está sacrificando, ofrendando una parte de sí que no obtuvo consuelo al enfrentarse con la despiadada realidad cotidiana. Exorciza sus secretos, pensamientos, tabúes, sentires. Cada palabra es importante.
Al final, luego de que las heridas se cicatrizan y el deseo se concreta, llega el escrito. Pero ambos saben que esto no termina acá, es más, no termina nunca. Ese escrito será sometido al juicio de múltiples miradas, y lo que antes fue una palabra sobre fondo blanco ahora es flor de infinitos pétalos. Es, lisa y llanamente, arte.
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