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Yerra

Y no vuelve la tempestad a secarte las piernas,
o a desarmar este lío que dejaste a medias,
paralizado sobre mi mesa de noche.
Y no se escucha ya el llanto de los tulipanes a las siete de la tarde un día jueves,
ni se refleja la silueta flébil de mis párpados en tus días.
Necesariamente, dejan mis huesos de adherirse a tu palabra.

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