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príncipe de tu cabello,
es la noche que despeino
cuando escurre entre mis dedos,
cuando el vitral de las olas se arremolina en tu cuello;
fluye por entre las cejas tu irremediable riachuelo
para bañarme de luz, mojado en tu propio cuerpo,
no sangro de alguna herida: ese poema está muerto,
y la mortaja que lleva no la quiero ni en el viento;
me la dieron tomeguines, volando desde el desierto,
cuando vivía sin mar a la orilla de los sueños.

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