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Vuelvo a mi centro

He leído que de todos los átomos
que ahora componen mi cuerpo
no quedará uno solo pasados los años,
como la nave en que Teseo regresó a Creta,
todo tiende inevitablemente al cambio,
pienso, y me pregunto entonces Quién soy,
y entiendo, no sólo como quien intenta
escribir sino como cualquier ser sentipensante,
que todo depende de la frágil memoria,
todas estas intangibles maneras
que tiene la vida de hacernos, de narrarnos,
se hacen terribles o valiosas con el tiempo,
antes de que caiga no ya la muerte pero la desmemoria
sobre nosotros, sobre todas las cosas.
Luego leí sobre como todo tiende al caos en el universo
—segunda ley de la termodinámica—,
y sentí el horror y el asombro que puede sentir
alguien que entiende tan poco de todo,
el río sobre el que Heráclito hundió los pies
se ha perdido para siempre, o,
se ha transformado, como nos han dicho;
sólo en el imaginario hay lugar para lo irreversible,
nada vuelve a su sitio cuando la noche hiere
y el corazón, en un despliegue de blandengue
y sospechosa nostalgia, pide volver no ha donde
sino a cuando ha amado.
El recuerdo y el imaginario se mezclan
para rescatar como de un sueño lo vivido
y decirme al fin lo que penosamente soy:
todo lo que he hecho y lo que no,
pero sobre todo, lo que hago y haré.
Entonces, vuelvo a mi centro con un por qué
que hace frente a todos los cómo;
yo tengo una deuda que me costará la vida,
es tanto el amor al que me debo.

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