Un recuerdo difuso nutre estas líneas, el recuerdo de una guerra... ¡No!, de una guerrera...
Recuerdo, entre la bruma restante de los impactos, su dorada armadura, intacta, bruñida con el miedo de sus enemigos, de aquellos que la odian por... ¿Por qué? ¿Por ser lo que es y lo que siempre ha sido? ¿O por no someterse a su eterno dominio?
Ella no era como aquellos héroes de antaño, sus armas no estaban cubiertas con la sangre ni el terror, sus músculos no estaban movidos ni por el odio ni por el ansia. Su corazón, impuro como el nuestro, resistía los embates de un mal inherente a todos con un ardor infernal, encajando los golpes más inesperados de sus aliados más fieles, los golpes que más duelen... Aun así, no había mella en su armadura, forjada con el deseo indestructible de quien ve la libertad. Pero su panoplia solo su piel, también su frágil corazón, el frágil corazón de quien se vio forzada a luchar, y forjó su armadura sin dudar, un corazón que llora al no sentirse libre, cuyas lagrimas forjaron aquello que jamás se mellará, un ideal.