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Espejo

Parte de la obra "Avisos de Ocasión"

¿Qué fue de ti hoy? ¿Qué frase cortante me dirás para poder dar la vuelta y marcharte? ¿Qué sensación te invade cuando cruzas la calle, cuando no giras, cuando te metes al coche? ¿Qué piensas en el trayecto donde los edificios se dibujan sobre tu cara? ¿Qué recuerdas de las cosas que te dije alguna vez? ¿Qué frase te hace reír? ¿Cuál te hace llorar? ¿Por qué no puedes evitar sonrojarte al pensar en nuestra cama, en las sábanas blancas manchadas? ¿Por qué te llenas de calor imaginándome acariciándote sin las manos? ¿Qué extrañas de mí? ¿Qué echas de menos de nosotros? ¿Qué te decepcionó de ti? ¿Cuáles son tus reproches? ¿Qué te sorprende de esto? ¿Cuál es tu conclusión? ¿Qué salió mal? ¿Qué falló? ¿Por qué pasó? ¿Cuándo te darás cuenta del error que cometiste? ¿Cuándo me dirás perdón? ¿Qué te hace sufrir? ¿Por qué te sientes así? ¿Qué sientes? ¿Qué piensas? ¿Qué dejaste de sentir?

De ti, hoy fue la soledad. Vendrán de tus labios un “no podemos seguir viéndonos más”. El arrepentimiento te invade, no lo puedes evitar. “¿Habré hecho lo correcto?”, piensas y te bosquejas un nuevo plan. Recuerdas cuando alguna vez te dije lo muy hermosa que eres, lo hermosa que serás, lo callada que eres y lo sensual que estás. Recuerdas que luego añadí que yo no me quedaba. Y piensas en los últimos 10 minutos, y cómo me dejaste, y te pones a llorar. “No podemos seguir viéndonos más.” Susurras en voz baja, sin mirar atrás.

De pronto sientes frío, te invade la soledad. No sabes si hiciste lo correcto, si te fuiste por ti o por los demás. Echas de menos los abrazos que te di, el calor del beso que te salvó de la hipotermia de la soledad.

Vez mi sonrisa, vez mis palabras flotar. Te pones a recitar un poema que alguna vez me puse a cantar. Piensas, reflexionas, en que te faltó una estrofa por escuchar.
Tratas de encontrar alguna razón, minúscula, para decírmela. Decírtela. Sólo así quedarías satisfecha de la decisión que has tomado no hace más de tres minutos o cuatro. Pero no encuentras ninguna para mí, a comparación de las decenas para ti. Te comienzas a cuestionar qué es lo que realmente está pasando, lo que realmente estás haciendo. Te sorprende no tener respuestas, no poder siquiera formular las preguntas. Y por eso te ayudo.

Concluyes que es inútil, que ya estás lo suficientemente lejos como para regresar. Además, ¿con qué cara llegarías hasta a mí y me pedirías perdón? ¡Imposible!. Deduces que sacaré la mejor conclusión, que no me dejaré llevar por todo esto –como siempre he sido de centrado– y susurras, entre un grito ahogado y un sollozo aliento, un “estará bien”. Te tranquilizas así, por 2 segundos, máximo.

“¿En qué fallé?” Y la respuesta la tienes sobre la mano derecha. Das un leve giro de cabeza, y lo ves ahí, intentando leer cada gesto y gruñido que lanzas al pasar cada cuadra, cada poste y cada edificio gris de la ciudad que atestiguó tu pasión, tu traición y lo hará también con tu soledad. Y ahogas mi última petición, y se convierte en una imaginaria oración; “perdón”.

Te cuestiona si estás bien, si necesitas de algún extra de atención. Contestas que no. Sientes el vacío, el miedo a que el cielo te castigue, a que te ciegue la falta de razón, el interés egoísta de estar bien. Te tranquilizas una vez más diciéndote que no hubo elección, que sólo así podrías ser lo que siempre quisiste ser, que sólo así tus sueños se materializaban más y más reales. Y sí, funciona. Pero olvidas que uno de tus sueños era yo y, después de unos entremeses de risas fingidas, llegas a la inequívoca expresión de sorpresa al darte cuenta que uno de ésos no se cumplió.

Lo vez nuevamente. Te sonríe levemente. Le aprietas la mano y te lees la mente; “voy a estar bien”.

Piaciuto o affrontato da...
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