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Piel de Bronce

A la obra de Jorge Marín

Ahí está, ahí el punto de encuentro,
donde percibes que florece el lauro,
donde hay besos en flor pasión adentro,
donde el ángel cabalga en el centauro,
ahí es el centro.
 
Donde convive el vivo y el difunto,
donde la raza viste piel de bronce
y la raza de bronce nace al punto,
donde, si sumas, siete y tres son once:
todo está junto.
 
Ahí la recia estirpe de gigantes,
equilibrista, flechador, gimnasta,
que habita con sus dioses semejantes,
el hombre universal, el entusiasta,
y los amantes.
 
Ahí sumérgete en un largo viaje
para encontrar a los enmascarados,
recorre el cuerpo como fiel paisaje
e irrumpirán los ángeles alados
con su mensaje.
 
Verás en pléyade las estructuras,
en la balsa el listón de niña inquieta,
ciudadanos verás, pieles oscuras
y al clavadista en posición de atleta
en las alturas.
 
En cada pieza se adivina el fuego,
fuego pasión, transformador de seres,
que hoy transforma el metal en vida, y luego
se inmoviliza en hombres y mujeres,
con arte griego.
 
Y en su magia el atleta se entretiene,
emula al ángel y él, en su equilibrio,
se aleja de la tierra y la sostiene,
y exponiéndola a escarnio y al ludibrio
ahí la mantiene.
 
Mención aparte va para la hípica,
con esbeltos jinetes de arquería,
y al lado luce indómita la típica
sección de los centauros, compañía
estereotípica.
 
Y las alas, anhelo de altitudes,
el síndrome del Ícaro, las alas,
tu recorrido de las latitudes,
tu libertad, las águilas igualas,
las plenitudes.
 
Es la obra, magnífica aventura
del hombre y de sus caros ideales,
apoteosis es de la escultura
que los transforma en ejemplares reales,
mágica hechura.

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