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Acta III

El venado está lamiendo en efigie el contorno más cerril de mi madre.
 
Sobo yo del venado la aureola, lomo, flancos, pezuñas
no, y no su lengua vertiginosa malgastando
lo que de mi madre resta.
 
Un venado fue el primero que se presentó delante de mi madre atorada en un subterfugio alto o bajo no se sabe la Muerte:
 
buena era la intención. Desatorarla. Pero, pero.
Haces en contra. Huestes adversas. Insalvables
cañadas. Y falanges mecánicas activadas en
un dos por tres. Las hordas mondando. ¿Y
ahora llega el venado? Hubiera sido mejor que.
Pero así tampoco. La naturaleza es un orden
idóneo o desesperante no se sabe difícil dirimir
si favorable o contrario o por completo
inexplicable. Lo más probable. La tarea fue
completada en dos etapas. Y ahora queda el
contorno. Mamá se ve de silueta. Encastrada.
Ladra el venado. Cosas todas de la cabeza.
Mugen ecos, ecos resuellan. Un Universo patas
arriba. Todo por unos días se ha desordenado.
Irregular. Irregular. Ella que era tan. Pero ni
modo. Está la vasija, los cuatro pedruscos, y
está la indolencia del barro conformado
recipiente, y de la piedra su condición
incontrovertible. Corresponde al venado la
función de atenerse. Mi madre, pólipo. Y
anémona. Un día al sol (alto) (bajo): otro topa
fondo (marino). Y al tercer día, traspuesta: y
tras el venado darle una primera vuelta en
redondo a su contorno, deviene enjambre de
efímeras, croar, la Nada regoldar, el venado
huye espantado.
 
Antes del principio, estable; después del final, estable.
 
Me queda un recurso, por igual estéril: soltar al venado.
 
Suelto, el Espantoso espantado se vaya a sus contornos a comer hojarasca, comer de las vendimias, de las brácteas y cotiledóneas,
 
ver morir en lo circunstancial la madre.
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