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Ánima

Me siento alarmado, la mano al costado, un objeto rapaz (verdinegro)
  señala el camino del orín, no sé si en el reflejo de la ventana o en el
  vientre: la noche está oscura, confundo significados,
  puedo repetir en voz baja algunas palabras (zarco)
  (epístola) se me revelan anversos, y el blanco
  hospitalario de los cuartos de baño alicatados me
  revela sus metales inoxidables, espejos ovalados
  (no quepo) la barba en su segundo día (carmelita)
  hálito, algunas pomadas, el hamamelis, agua
  boricada (amdre) una playa, golondrinos (frotar) las
  axilas: alarma el color vino, el tiro del pantalón que
  parece buscar (rebuscar) el subsuelo, gabardina o
  casimir, mezclilla o dril, oruga no, verme tampoco,
  no es gusano de muerte o de seda, hoyo fijo, pantalón
  a todas luces, trabillas, portañuela, y a tu oficio: alarma
  del aire ennegrecido en la oscuridad total de esta noche,
  lo veo rebrillar buscando riberas, pétalos oscurecidos por
  el lustre amarillento de la luna requemada por luces de
  neón, alarma verdadera la luz fría (externa) de la luna
  (me refiero a esta noche: ninguna otra): nada impide la
  oscuridad, nadie identifica el color vino en cuanto color
  vino ni la potencia en los tobillos de mi madre plantada
  de piernas abiertas en la arena de una playa (Guanabo) en
  las afueras (1948) de La Habana, nada más necesario que
  ella, afincada, una torunda de algodón en rama, tiene
  dimensión, fronda, arboleda, la empuña, me frota las axilas,
  coloca un emplasto, estoy limpio, estaré curado, buen
  puerto, a buen recaudo: no temo. No padezco. La alarma
  no es más que un alambique, tropiezos de pies al cruzarse
  entre meandros del camino, dunas altas, macaos, más allá
  de la luna una efigie, los pies enredárseme con trebejos,
  trípodes, un tibor al pie de la cama, búcaros de hojalata,
  soy de azófar, de crisolita soy, el crisol me rehace para un
  padre para una madre, doy gracias al Altísimo por el estero,
  guía de mi mirada: una mesa redonda, dos sillas de curvo
  respaldo, el asiento ovalado, la carcoma precisa, ánimo de
  un reloj de arena la carcoma precisa, y mi mujer (quizás sin
  querer la he alarmado) sus cabellos cortos (sargazo) un corto
  brazo en alto (nácar) deposita el pan devenido espiga sobre
  la pequeña mesa al fondo del estero, y sirve el café, café
  revertido luz a la espera de la pupila de la luz, efímeros,
  tras el último buche, su regodeo, reconocer más allá de la
  mirada la tajante función de la aurora.
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