Vivo en el triste sueño
del descanso eterno.
Inentendible, inexorable,
imperdonable; intransigente,
intolerable, impío ineludiblemente.
Frenesí caótico, del cual el pavor
me esconde, caótico y frenético.
Mientras pretencioso me pavoneo,
como si el mismo arte de la fuga
no me paralizase por el miedo.
Como aquel hombre que mira al cielo,
perdido entre los gritos del silencio;
de tantísimas y cruentas noches eternas,
estoy lleno de sombras en el hastío
infínito de mi absoluto maltrecho;
de maldiciones que llenan los discursos,
y me asisten con este sueño inalcanzable
de todo aquello que deseo, pero con lo que
simplemente yo no puedo.
Orgullo malcogido que vive como
perro: de mala gana, y malherido.
Acérrimo y colérico monumento
del desastre. Enemigo infatigable
de todas las putas costumbres,
moralinas, y modales.
Vivo como vivo, mientras vivo como puedo;
esperando ser digno de semejante fortuna,
por la cual preciso, algún dios piadoso
le suplico, con medio siglo de anticipo,
la misa que escribo solo en los pasillos:
el dulce requiem para mi inevitable deceso.
Condenados al suplicio de este cruento proceso
habremos algunos desesperados pendejos,
que a sabiendas de que son-para-la-muerte,
incapaces de encontrarse un mejor momento.