Pepe Valjo

La muerte del gran lobo Sif

Artorias tenía una voluntad indoblegable para el acero, y no podía compararse con el espadón...

El gran lobo Sif, velando el sepulcro de su compañero y amigo; jurando proteger con la espada, con su dolor y su vida, con la infinita lealtad del lobo que dedica el ahullido al fatídico recuerdo de su hermano cuando éste le salvó la vida.

Momentos antes de su muerte, pude ver en su mirada canina la esperanza, envuelta en el tremendo delirio de la muerte, e incluso esto siendo imaginario, nada más que un poco de esperanza en forma de alucinación, una máquina deseante de volver a ver a Artorias, y atravesar el abismo a su lado.

Una ilusión tan pura que duele, y del dolor solo aparto la vista. Pura ilusión líquida por esta maldición maldita que me poseé desde que poseo este anhelo en donde termina mi ego, y empieza “El elegido entre los no-muertos”... delirios de un triste hueco ante el paisaje personalísimo de una incipiente demencia que florece en su cerebro como una rosa que marchita convertida en el estupor de un panal de avispas... y ante el ruido sordo de una espada contra el césped, el auténtico horror en los ojos de quien se vuelve loco y que no puede sino ver cosas donde no hay más nada...  Ahí, en el caracol de la oreja, en el inquietante juego de un espejo frente a otro, ante la asombrosa mudez de la tumba y la psique de alguien que lo ha visto todo, caigo estático de rodillas reanimando inútilmente el cuerpo muerto de la poesía.

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