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Tarde antigua

Asciende lento el humo de las grandes hogueras
en la hora impalpable del otoño.
La rapaz en el surco devora su captura
y la sangre, aún caliente, tiñe su pico ávido.
 
El leñador se marcha con la chaqueta al hombro.
Ha dejado clavada su hacha en aquel árbol.
Vuelan algunas aves por el cielo, confusas,
describiendo parábolas que no tienen sentido.
 
Crece la diatriba de los perros funestos,
y un crepitar de troncos inventa el fuego sacro,
mientras la anciana sigue despierta en la penumbra,
revolviendo las ascuas del pasado.
 
En la plaza los niños corren, cantan
canciones misteriosas para espantar el miedo,
ajenos a la suerte que nos aguarda a todos.
 
Al fondo, el horizonte, es un tapiz cambiante
donde el día, que agoniza, les deja su enseñanza:
un rendirse, luchando, a la tiniebla.
...
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