José Zorrilla

A Narciso Serra

I

 
Es el signo fatal del que algo vale;
quien de las medianías sobresale,
el genio egregio, mientras vive, lidia
con los ruines mosquitos de la envidia,
con todo el que de vulgo nunca sale:
no hay quien no le rebaje o se le iguale,
y aun todo el que no es algo, por desidia,
en vez  de trabajar, crecer, seguirle
y alcanzarle, se goza en zaherirle,
del mundo por la tumba hasta que sale.
Entonces elegías, epitafios,
de luto nacional muestras ruidosas,
lápidas, monumentos, cenotafios,
estatuas coronadas de oro y rosas:
todo lo que ya es inútil al difunto
y a su nación de vanagloria asunto.
¿Por qué no confesarlo, aunque nos pese?
Esa es la sociedad, el mundo es ese.
 

II

 
Así Serra vivió, y en su tristeza,
viéndole agonizar le abandonamos:
no por ruindad, ni envidia, ni vileza;
por esta dejadez y esta torpeza
que con la leche del país mamamos;
porque éste es el país de la nobleza.
Somos raza entusiasta y generosa,
mas vence al entusiasmo la pereza;
no estalla, si a estallar no se le acosa;
nuestro alegre país no se apercibe
de que se  muere nadie mientras vive:
y mientras vive el genio, nadie inquiere
si vive bien, o si viviendo muere.
 

III

 
Serra vivió de nuestra tierra al uso:
yo, su memoria al bendecir, me acuso
de no haberme atrevido en esta vida
a sondar la alma grande que Dios puso
en una carne por el mal roída:
yo no le conocí; yo en tierra extraña
le admiré y le aplaudí lejos de España.
Su polvo al conducir al cementerio,
no le puede decir lo que hoy le digo,
por no turbar la calma y el misterio
del sagrado lugar que le da abrigo,
y por no aparentar que me exhibía
otra vez en lugar del que moría.
 

IV

 
Duerme en la tumba en paz, Serra festivo:
Dios todo lo equilibra y lo compensa:
el mundo olvida a quien inciensa vivo:
¡feliz aquel a quien difunto inciensa!
Prueba evidente de que en vida vale
el que, de ella la salir, al mundo sale.
Ardió del genio creador la llama
viva en ti: de tu espíritu el imperio,
unida a aquél con deleznable trama,
dominó hasta su fin la materia;
nutrida en larga enfermedad tu fama,
volará de hemsiferio en hemisferio,
pue hoy por genio tu país te aclama.
Pero por genio al aceptarte en serio,
te abandonamos ¡ay!, viva laceria,
a vivir en la sombra y la miseria,
para llevarte en triunfo al cementerio.
Tal fin en existencias semejantes
de tiempo inmemorial nadie aquí extraña:
así mueren los genios en España;
así murió Colón, así Cervantes.
¿Por qué? Sin duda porque Dios lo quiere:
nadie es grande en España hasta que muere.
 

V

 
Poeta,¡duerma en paz tu polvo inerte!
Aunque tu patria te esquivó, te amaba;
podrías, si te alzaras, convercerte:
tu gloria empieza do tu vida acaba.
Yo en tierra extraña, con la nuestra en guerra,
te admiré y te aplaudí sin conocerte;
y hoy, más viejo que tú, me cabe en suerte
llorar sobre la tumba que te encierra.
Duerme en paz, y a mirar no te levantes
qué estela dejas tras de ti en tu tierra:
fueron tu vida y muerte las de Serra,
pero es tu porvenir el de Cervantes.
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