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Hijas de la abundancia

En los cotiledones nace el tiempo,
pero el tiempo es granizo que no cesa.
Eso ya no importa mucho
ahora
que la hoja, desmembrada, cae
hacia un abismo ignoto de aceras húmedas.
Cabecea también la tarde
vencida por la luz, aunque
                                              ahora
nos concierne la hoja
con su digno vaivén de despedida,
su negra nervadura,
su peciolo podrido.
Pajiza, silenciosa.
Al posarse en mis manos lo comprendo:
son todos los besos
de la última noche de verano.

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