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EN EL NOMBRE DE LA VIDA

Un hombre con apariencia envejecida revisaba un cuerpo,
quería cerciorarse que no era su hijo el que estaba tirado en la calle,
pero tenía un pálpito doloroso y hurgó entre las costillas
y el pecho buscando el tatuaje. Apenas lo divisó
se le escapó un alarido de dolor que tembló en su cuerpo.

Aparecieron como saltamontes en bandadas.
Los primeros llegaron en motos con sus escapes ruidosos,
después aparecieron los que parecían ser los jefes,
en carros de alta gama. Tan pronto llegaron
sacaron a relucir armas de grueso calibre
y empezó una balacera apuntando a todo el mundo
sin que medie aparente razón.
 
Los testigos después dijeron que eran como 20,
nunca se sabrá el verdadero número de los asaltantes
pero el reguero de sangre que dejaron fue
de 14 personas acribilladas y más de 15 heridos.
 
La policía revisó los expedientes de los asesinados
ocho de ellos tenían cuentas con la justicia
por diferentes motivos: asaltos, portación ilegal de armas,
tráfico de drogas. Los otros estaban limpios, sin paja.
 
Las escenas de dolor se multiplicaron apenas
fueron llegando los familiares de los masacrados.
Una joven mujer tomaba en sus brazos lo que quedaba
de su amado en la calle y maldecía a los asesinos.
 
Un hombre con apariencia envejecida revisaba un cuerpo,
quería cerciorarse que no era su hijo el que estaba tirado en la calle,
pero tenía un pálpito doloroso y hurgó entre las costillas
y el pecho buscando el tatuaje. Apenas lo divisó
se le escapó un alarido de dolor que tembló en su cuerpo.
 
Cuando llegó la policía y encintó la cuadrícula
de la infernal matanza el olor de la pólvora
todavía se podía percibir y un fuerte olor a sangre
recién derramada llegaba como un aroma de amanecer.
 
La ciudad había perdido hace tiempo
su coloquial ritmo y se vivía tiempos de zozobra
a causa de las innúmeras balaceras que protagonizaban
bandas delincuenciales que se disputaban los jirones
de la vestimenta inmaculada de la Perla del Pacífico.
 
Los amos de la violencia insistían que eran sus dueños
y tenían como aliados a los políticos y gobernantes
América Latina era una suerte de desdeño
de filibusteros, sociópatas, energúmenos repugnantes.
 
La vida era una parodia de infinitos sueños
Levantados en los muros de las estiercoleras cárceles.
La ciudad se desdibujaba como una película de convoyes
donde el tiro final te lo daba cualquier matón de barrio.
 
El amor había sido asesinado por los femicidas
que liberaban sus testosteronas abrazando a cuchilladas a sus amadas.
El ritmo de la salsa se cambió por el alarido de la metralla
y Bad Bunny, el rapero era el nuevo psicólogo de la pedagogía moderna.
 
Los poetas habían sido declarados locos y psicodélicos
las amas de casas ejercían la prostitución en el lindero de sus camas.
El mundo se embriagaba con almíbar del vino de las heces
de políticos que decían salvarían al mundo despeñándolo.
 
Era una suerte de histeria colectiva de un goce sexual asexual
donde las formas dejaban entrever la inteligencia artificial
moldeando nuevos cuerpos y una nueva historia de un Adán
escénico, lírico, a pertrechado de atavismos superfluos.

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