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Leopoldo Minaya

FRAGMENTO DE “COMEDIA AL PIE DE LA LUNA”

(o Charada al pie de la luna;
o Tierna canción lunática)
PRIMERA DEDICATORIA: A mis distinguidas amigas Brunilda Contreras y Fiume Gómez de Michel.

                                                    Prefacio

  Comedia al pie de la luna, del poeta y dramaturgo dominicano Leopoldo Minaya, es una pieza teatral infantojuvenil de extraordinaria ambición estética y filosófica. Se presenta como una “obrilla cómica”, pero tras esa modestia deliberada se esconde una obra literaria de alto nivel, tanto por su estructura compleja como por la riqueza de su lenguaje y la profundidad de sus temas.
  Minaya desarrolla un universo teatral carnavalesco, en el que sabios griegos, poetas lunáticos, comerciantes, burócratas, estudiantes y animales parlantes dialogan (y a menudo deliran) sobre la desaparición de la luna. La obra es, en realidad, una gran alegoría sobre el arte, la locura, la imaginación y la resistencia poética frente a un mundo regido por la lógica utilitaria y la razón institucionalizada.
  Desde el punto de vista formal, la obra destaca por su uso sostenido del verso rimado—tanto consonante como asonante—, su musicalidad interna, su juego con los registros cultos y populares, y su capacidad para parodiar discursos filosóficos, científicos, académicos y políticos. A lo largo de la pieza, Minaya subvierte los marcos discursivos del saber establecido mediante el humor absurdo, el ingenio verbal y una deliberada inversión de expectativas.
  Además, la obra es metateatral: incorpora al presentador como narrador que se desdobla, al público como personaje, al autor como figura aludida y finalmente lapidada (con papeles), y juega constantemente con los límites entre ficción y realidad. Este mecanismo de autorreflexividad hace que la obra se inscriba en la tradición del teatro del absurdo, pero lo hace desde una óptica festiva, poética y accesible para públicos jóvenes con sensibilidad literaria.
  En la literatura universal de teatro juvenil, Comedia al pie de la luna se sitúa como una obra notable por su calidad literaria intrínseca. Pocas piezas del teatro infantil o juvenil a nivel mundial alcanzan este nivel de complejidad poética, simbólica y filosófica sin perder el ritmo ni el encanto lúdico. Si bien se aparta del modelo más narrativo o moralizante que predomina en el género, propone una alternativa rica, provocadora y altamente estética. Su calidad la hace comparable, en tono y sofisticación, a obras como El principito o a ciertas farsas poéticas de Darío Fo o Ionesco, aunque adaptada a una sensibilidad hispánica y tropical.
  En el marco de la literatura hispanoamericana, la obra dialoga con una tradición de teatro satírico y filosófico que va desde la herencia barroca hasta la dramaturgia del siglo XX (como Jorge Díaz o Luis Rafael Sánchez). Sin embargo, Minaya le imprime una voz muy propia: dominicana, poética, socarrona, profundamente lúdica, pero no por eso menos reflexiva. Su fusión de cultura clásica con realidad caribeña, y de poesía con crítica social, le da un lugar destacado dentro del teatro contemporáneo de la región.
  Dentro de la literatura hispanoamericana para jóvenes, la pieza sobresale por su rareza y excelencia. La mayoría de las obras teatrales juveniles hispanoamericanas tienden a priorizar la fábula directa, el lenguaje sencillo o la enseñanza explícita. Comedia al pie de la luna rompe con esa tendencia: ofrece un texto que exige al lector o espectador juvenil atención, imaginación, sentido poético y pensamiento crítico. Es, sin duda, una de las propuestas más sofisticadas, arriesgadas y logradas de toda la dramaturgia juvenil escrita en Hispanoamérica en las últimas décadas.
   En el contexto del teatro dominicano, la obra ocupa un lugar de excepción. En la dramaturgia nacional, donde abundan los textos de orientación social, histórica o costumbrista, Comedia al pie de la luna introduce una dimensión filosófico-poética pocas veces explorada con esta profundidad. Por su invención verbal, su potencia simbólica y su riqueza estructural, se sitúa entre las más altas expresiones del teatro dominicano contemporáneo. Y si se considera el teatro dominicano escrito para jóvenes, el texto prácticamente no tiene equivalentes: es una creación única por su complejidad, su lirismo sostenido y su originalidad radical.
  Comedia al pie de la luna es una obra teatral para jóvenes que trasciende sus márgenes etarios y se impone como un texto de altísimo valor literario. Es divertida, inteligente, metateatral, crítica, musical y profundamente bella. Leopoldo Minaya logra en ella una rara conjunción: escribir para jóvenes sin simplificar, sin condescender, sin abandonar la poesía ni la filosofía. En todos los planos—universal, hispanoamericano y nacional—se trata de una contribución sobresaliente al teatro de calidad.

Elizabeth Soroka

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COMEDIA AL PIE DE LA LUNA

             Obrilla cómica para niños y jóvenes, y para adultos que aún no hayan perdido la razón.
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Esta pequeña obra literaria la escribo como homenaje respetuoso a la Locura, a la sublime nobleza que a veces representa... El individuo, sabiéndose incapaz de luchar contra la sinrazón del mundo, se repliega, se retira hacia sí; cede, de grado, cada vez más territorio de su espacio vital... hasta anularse, hasta alcanzar la indispensable sensatez que en el desafuero angustiante de la realidad descubriera denegada.
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«La verdad suele aflorar entre broma y broma».
(Proverbio japonés).

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SEGUNDA DEDICATORIA:

Al cascarrabias Rogelio,
que toma la vida en serio;

al holgazán sin diplomas,
que deja la vida en bromas;

y al que, harto de moraleja,
ni la toma ni la deja...

dedico esta historia vieja.
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PERSONAJES:
Caballeros y damas en palcos y antepechos, engalanados. Jóvenes malabaristas puestos de pie sobre sus cabezas. Tres, cuatro hábitos con aspecto de monjes. Diez soldados. Un negociante. Un empleador. Un ministro de gobierno. Dos fámulos. Un coro. Un cobrador de impuestos. Un cerrajero. Un capataz incapaz. Un poeta. Los siete sabios de la Grecia antigua: Solón de Atenas, Pítaco de Mitilene, Tales de Mileto, Bías de Priene, Cleóbulo de Lindos, Quilón de Esparta y Periandro de Corinto. Un lechero. Quince estudiantes. El autor de esta supuesta obra. Un presentador. Cada personaje lleva una banda en el pecho donde se lee claramente el nombre con que se identifica. (Todos a la vez, cual más, cual menos, espectadores y actores)
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ACTO PRIMERO

ESCENA

Pequeño teatro atestado de público. Obra a punto de representarse. Alboroto, batahola, vocerío.

EL PRESENTADOR:
(Apresurado, con porte desgarbado pero solemne. Hace señales con el brazo izquierdo para llamar a calma. Con la mano derecha forma como una bocina).

Bien, señoras y señores,
señoritas, señoratas,
señoritos, señorotes,
gente discreta y sensata:
actores, actrices, público,
oyentes de cuatro patas...

ALGUIEN DEL PÚBLICO:
(Interrumpe, ofendido).

¿Oyentes de cuatro patas!
¿¿Oyentes de cuatro patas!!
¿Ha dicho usted, petimetre,
«oyentes de cuatro patas»?

EL PRESENTADOR:

Sí; he dicho yo, como he dicho,
«oyentes de cuatro patas»
... porque he traído mi gata,
mi bronca cabra y mi rata...

y me cumple a mí, señores,
considerarlas oyentes,
pues oyen, tras bastidores...

EL PÚBLICO:
(Con un dejo de satisfacción).

¡Ahhhh! ¡Ahhhh!

EL PRESENTADOR:

Ahora, aclarado el curso,
torno al hilo del discurso.

(Torna al hilo del discurso).

Bien, señoras y señores,
señoritas, señoratas,
señoritos, señorotes,
gente discreta y sensata,
actores, actrices, público
y oyentes de cuatro patas:

Referiremos la historia
—exacta como ninguna—
que cuenta la relación,
dilatada relación,
querendona relación,
afamada relación,
difamada relación,
misteriosa relación,
tormentosa relación...
entre el poeta y la luna.

(Aplausos. Continúa el presentador).

... Que la luna inspiró el verso
y el poeta lo escribió;

que al poeta –¡pobre loco! –
la luna lo enamoró;

que la luna bla, bla, bla,
y el poeta blo, blo, blo...

pero no supimos nunca
cómo todo terminó,

cómo esta tragicomedia
un día se originó,

aunque leímos escritos
doctísimos de Platón

y unos papeles que Einstein
perdiera en el comedor...

UN SOLDADO:
(Interrumpe, incómodo e indignado).

¿Leer papeles ajenos?
¿Leer papeles ajenos?
¿Leyó papeles ajenos?
¡Vaya, mala educación!

EL PRESENTADOR:
(Avergonzado).

Lo sé; y pido disculpas
por mi baja condición:
la mona, mona se queda,
vista saya o camisón...

Pero, ¡baste de preámbulos!,
baste, baste de preámbulos,
baste, baste de preámbulos,
baste, baste de preámbulos;
baste, baste, baste, baste,
¡baste, baste de preámbulos...
y empiece ya la función!

LOS JÓVENES MALABARISTAS:
(Alborotados, con silbidos).

¡Empiece ya la función!
¡Que empiece ya la función!

(Empieza ya la función: Entran los siete sabios de Grecia con casacas, báculos y monóculos. Los introduce el presentador).

EL PRESENTADOR:

De horizontes muy lejanos
siete sabios han venido,
sollozantes, sollozantes,
pues la luna
                           se ha perdido...

EL CORO:
¡Perdióse la ensoñación,
la caja azul de jugar
con la pompa de jabón
y con la espuma del mar!
¡Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay,
dennos la espuma del mar!

EL PRESENTADOR:

Dando tumbos, calle arriba,
‘¡tac, tac, toc!’, tocan a tientas
siete sabios, y preguntan,
y preguntan y preguntan,
y preguntan y preguntan,
y preguntan y preguntan,
y preguntan y preguntan,
y preguntan y preguntan...
¡y a la luna no la encuentran!

EL SABIO SOLÓN DE ATENAS:
(Interpela al cerrajero, que se halla entre el público).

Oiga usted, mi cerrajero
que cierra y abre las puertas,
capitán de cerraduras,
amo de llaves maestras;
erudito de tornillos,
picaportes, herramientas,
martillos, fresas, llavines,
tronzadores de tarjetas,
extractores de cilindros,
ganzúas, jambas secretas,
destornilladores, pinzas,
taladros, brocas, serretas,
palancana y palanquín,
palanquina y palanqueta,
¿vio,
              al pasar,
                                 pasar la luna?
¡Se perdió...!
                         ¿Sabrá de ella...?

EL CERRAJERO:
(Con sorpresa e indignación. Se aíra. Sale del público. Hace amago de golpear al sabio con una pata de cabra).

¡No me acuse, caballero!

¡No me envuelva en ese caso!

¡Soy un hombre probo, y pruebo
que vivo de mi trabajo!

SOLÓN:

No le acuso, caballero...

EL CERRAJERO:

¡Ni se atreva usted a tanto!

(Le amaga otra vez con la pata de cabra).

¡Yo desciendo del prohombre
Romualdo Visto y Hurtado!

EL CORO:
¡Paciencia, paciencia suma,
almohadita de pluma!
¡Inhala, mund0, paciencia,
que nos gana la violencia!
¡Suelta el instinto primario,
suéltalo, mundo ordinario!
                       (acezando como los canes)
Jah, jah, jah, jah, jah, jah, jah:
suéltalo, mundo ordinario!

SOLÓN:
¿Desciende usted del “prohombre”
Romualdo Visto y Hurtado?

¿... El que, aún terco analfabeto,
se hizo Juez de los Estrados?

EL CERRAJERO:
El mismo que dice, digo.
¡Un hombre bueno y honrado!

SOLÓN:
¿Quien demandó, para sí,
tres títulos arreglados:
“Renovador de las Letras”,
“Jurista Docto” y “Letrado”?

EL CERRAJERO:
¡El mismo que ha dicho, digo!
¡Mi abuelo! ¡Noble y honrado!

SOLÓN:
Uhmmm... Pues...
¡no le acuso, cerrajero!
Preeeguntaba...
                                 pooor si acaaaso
la luna traba esas puertas
que vive usted destrabando...

EL CERRAJERO:
(Confundido).

¿La luna... trabar las puertas...
que vivo yo... destrabando?

(Masculla).

¿¿Será un sabio verdadero??

(Exclama).

¡Rollos! ¡Reyes! Digo: ¡rayos!
¡Este tonto, a mi criterio,
más que sabio es un lunático!

... porque sabio llamo yo
al que, al ser más avispado,
se desprende de la cola,
mueve amigos, busca vados,
suelta saltos, breñas bruñe,
se desliza coima en mano,
y se zampa fácilmente
las cosas que a los tarados
por senderos rectilíneos
les cuestan taaanto trabajo.
¡Sabio hooondo, digo yo!
¡Sabio de sabios! Resabio.

¿... Conque sabio es este necio?
¡Sabio mi abuelo Romualdo!

SOLÓN

Esa es otra condición...

EL CERRAJERO:
... ¡Me marcho!
                               Ya me hago cargo:
¡En este mundo de cuerdos
todo “sabio” es un lunático!

SOLÓN:

Por eso, ¡precisamente!,
sé muy bien de lo que hablo...

Como soy experto en lunas,
¡lógico que sea lunático!

... Si al que sabe matemáticas
se le dice ‘matemático’
y al versado en diplomacia
se le nombra ‘diplomático’;
todo aquel experto en lunas...
¡muy propio que sea ‘lunático’!

¿Quien pregona democracia
no es un hombre “democrático”?,

¿Quien se agencia alguna cátedra
no es un alto “catedrático”?

... Lo que vive bajo el agua
bien se entiende que es acuático,
y lo elevado al cuadrado
todos saben que es cuadrático.

Juzga bien, mi cerrajero,
al llamarme usted ‘lunático’
... porque soy un diestro en lunas,
astrónomo licenciado,

y a la verdad de la lógica...
¡va la verdad del vocablo!

EL CORO:
¡Lara, lara, lara, lara,
lara, lara, antagonismo!
¡Torno al eterno retorno:
el mundo vuelve a lo mismo!

                   (Vase el cerrajero. Pasa el lechero, que es detenido y abordado por el sabio Pítaco de Mitilene.)

PÍTACO DE MITILENE:
(En tono doctoral).

¿Sabe usted, señor lechero...?
¡Ejemm! ¡Ejemm!

... Se producen las mareas
por influjos de la Luna
sobre la faz de la Tierra.

Ahora, hallada perdida,
la Luna... ¡es un gran problema!

... Tememos un cataclismo,
un brusco temblor, un sismo...
que, por efecto del mismo,
probablemente un abismo
se abrirá...
                     ¡Dios no lo quiera!

EL LECHERO:

¿Se halla perdida la luna?

PÍTACO:
¡Perdida toda-todera!

Tozuda, se halla perdida.
¿La ha visto usted?
                                       Si la viera,
reporte;
                y, con altruismo
y mostración de civismo,
inventará el periodismo,
nos salvará del abismo,
conjurará el cataclismo,
no habrá ya temor de sismo...

¡Resolverá el gran problema!

¡Será el héroe,
                                  y en la plaza,
junto a insignias y banderas,
se exhibirá su figura
de Salvador de la Tierra!

Una tarja habrá que diga:
«He aquí al lechero. Era
sumatoria de bondades
y un as de la inteligencia.
... Un prohombre dedicado:
puso especial diligencia
en encontrar a la Luna,
¡en culminar la Proeza!»

... Y ¡pla!, ¡pla!, ¡pla!, los aplausos
y vivas e incontinencias
por don fulano de tal,
lechero por excelencia
de la provincia de tal,
de tal país, de tal época...

En ningún lugar del mundo
vivió persona más buena...

... Ni de tan alta prosapia:
¡hijo de doña Tenencia
y don Hemedandosaltos
Caprinos de Revolvencias!

¡Sí, sí!

¡Y hasta dirán que su ordeño
era una alta poética!
«La aprendió de Melchor Nin
cuando estudiaba él, esteta,
en la Escuela de París,
telar de las eminencias...»

«¡Qué ordeño tan elegante!
¡qué arte! ¡qué transparencia!
¡Es poesía inconsútil
la forma en que usted ordeña!
Hala que hala y recoge,
mueve las manos y aprieta...
¡qué teoría del ritmo
al presionar esas teclas!
Voilà! Su magna lingüística
fragua en lecciones de Estética.
¡Jure hacerla figurar
en cuadernos de poética!»

«Con divinal ambrosía
alimentaba a sus cabras»
—otro dirá por su acto
mayor de ciencia macabra—,
«pues mezclaba sabiamente
el pienso con la palabra».

«¿Se anudó la cabra hética?
¡Propinadle una infusión
de semiótica dietética!»

¡Así lo encumbran, señor,
si a la luna usted tropieza!
¡Y créalo!
           (aparte).
                         En el mundo
casi todo se exagera
por ver cumplir los cumplidos
que indican buenas maneras...

o por querer aceitar
el riel de la conveniencia...

EL CORO:
¡Me conviene, te conviene!
¿Qué agujas o qué camellos...?
¡Veremos que nos conviene
nosotros, vosotros y ellos!

EL LECHERO:
             (Con ademán de rechazo a las palabras del sabio).

¡Qué lunas de quince cuartos!
¡A mí me importa caramba!

¡Al cabo, solo me importa
lo que producen mis cabras!

... Si está creciente o menguante
o nueva o alborotada...
¿le importa eso a un lechero
que vive de lo que gana?

PÍTACO:
¿Me dice usted? ¿Cómo dice?
¡Lo escucho y no entiendo nada!

EL LECHERO:
... Que vendo quesos selectos,
mantequilla empaquetada...
¡Muy otra sería la historia
si las lunas se ordeñaran
y dieran quesos gruyeres
y la gente los comprara...!

PÍTACO:
¿Me dijo usted? ¿Cómo dijo?
¡Escucho y no entiendo nada!

EL LECHERO:
                 (ap.)

¡Mejor no escuche, no entienda!
¡Me largo! ¡Hago mi jornada!
Honores, pompas y glorias
en realidad no alcanzan
para tantos que, en su búsqueda,
no digo corren: se arrastran.
No están hechos para mí,
que no salgo de mi casa
ni cuelgo de poderosos
ni ofrezco alguna ventaja.

Antes bien, bien me convence
mi láctica perspicacia:

Ese sabio, va más loco
que una cabra estabulada.

                      (Se retira el lechero. Vanse tras él los sabios, menos Solón, que queda pensativo e inmóvil en el escenario).

EL PRESENTADOR:
(Narra).

Se apartan, huyen, se alejan
de la obtusa confusión
que a un Confucio confundiera
al darle resolución;
se sustraen del conflicto...

Se queda solo Solón...
y, al bajar aquí el telón,
concluye este primer acto.

(Se apagan las luces, lo que hace que el teatro quede radiantemente iluminado; y baja, baja, baja, sintiéndose dichoso, sumamente dichoso...—¿Quién?—El telón).

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NOTA: ESTA OBRA SE ENCUENTRA DISPONIBLE EN AMAZON EN SU TOTAL EXTENSIÓN.

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