Sobre la tarde cayéndose,
sobre la noche naciéndose,
de pie, sobre una colina,
hay un hombre.
Rostro duro y cuasi cuadrado,
tal lo vi en los sueños.
Gesto y porte.
Los ojos en el suelo.
El pensamiento, ¿dónde?
La nariz en la mano.
Llora a tientas por Troya,
«la Ciudad de Anchas Calles»,
la ciudad donde amó
y creció
y domó caballos.
Asolador de ciudades
en otro tiempo, asolador
de la de siete senos.
A pesar, se diría, de su brazo
y su lanza y su escudo y su coraje,
a pesar del Olimpo que azuzole,
el poeta narró
del otro lado.