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HISTORIA DEL NIÑO RENÉ ROSALES Y DE LA FLAUTA ENCANTADA

Relato en verso para niños y jóvenes. Literatura infantil y juvenil de la isla de Santo Domingo.
DEDICATORIA: A mi apreciado hijo Álvar Fáñez Minaya (Álvaro)
A Rafael Peralta Romero

 
                  I
El niño René Rosales,
el de las manos rosadas,
aprendió a tocar la flauta...
¡qué bien la flauta tocaba!
 
Sentado en su banquetita,
el niño René soñaba
que ya de grande sería
el que mejor la tocara.
 
Tocaba, días de fiesta...
¡hasta en las clases tocaba!;
llenó de música todos
los rinconcitos de Nagua.
 
Llegaban mil pajaritos
al soplo de la mañana:
borrachos de melodía
a su alrededor volaban.
 
Los hombres iban al campo
y cumplían la jornada;
sentado en su banquetita,
el niño René soñaba.
 
Las madres, que en sus tejidos
o en el hogar se ocupaban,
descansaban a las cinco...
René Rosales tocaba.
 
Yendo a la escuela, y viniendo,
con su hermano y con su hermana,
todo el trayecto René,
el gran flautista, tocaba.
 
«Aquí nació otro gran músico
para el orgullo de Nagua,
mas no con acordeón,
sino con candor y flauta»,
la gente por los caminos
decía maravillada.
 
Así, hasta San Francisco
y Sánchez y Puerto Plata
y Las Terrenas... corría
de boca en boca su fama.
             *          *
                   *
 
                    II
—¿Por qué se ve a tanta gente
aglomerarse en la plaza?
 
—Porque hoy celebra el nagüero
su Día de la Altagracia.
 
Católicos practicantes
van a la misa temprana;
oficia el padre Emiliano
con su sotana bordada.
 
Luego, fiesta y alegría:
tambores, güiros, maracas,
resueltos acordeones,
marimbas, tubas, guitarras.
 
Desde el puente de Soldado
tres procesiones arrancan
y en las tres se ha visto al niño
René, se ha visto la flauta...
 
Sopla, sopla... y embellece
al punto las alabanzas,
que suben hasta los cielos
prendidas de las plegarias.
 
...Y del ritmo que fluía,
subía y se tramontaba...
caían copos de nieve,
capullos de flores blancas.
 
—¡Padre Emiliano Tardif,
mire qué cosa más rara:
en el brasero del trópico
cae una nieve sagrada!
 
—¡Padre Emiliano Tardif,
al despuntar de esta flauta
y al accionar de esta nieve
sordos oyen, ciegos andan...!
 
Cojos ardientes de júbilo
fueron a dar a Telanza;
mudos cantaban a coro
el magníficat, por gracia.
 
(...Al suceso se le asigna
una especial relevancia
por ser la única vez
que cayera nieve en Nagua.)
              *          *
                    *
 
                  III
Se oía un rumor de cerro,
piedra, viento, cielo y agua,
como un rayo que partía
las lomas de Caya Clara.
 
Rocas rudas, piedras vivas,
peñas dulces, conchas malvas,
caminos despavoridos,
rumor de arena y de playa.
 
Por las colinas azules,
franqueando las alambradas,
una insondable figura
relucía y cabalgaba.
(Se guarda con una pluma,
no con florete ni espada).
 
—¿Quién eres?
 
          —Soy el misterio
sediento de las palabras...
 
—¿Qué buscas?
 
          —Busco a René,
que vive al sur de La Arcángela,
el balneario de rocas
hundido entre las montañas...
Con su música y mi canto
haremos en consonancia
el himno en que fraternicen
todas las almas humanas.
 
Así dijo; y, ondeante
su capa tornasolada,
marchose a todo galope
en su caballo de plata.
              *          *
                     *
 
                    IV
Pero diciembre, con lluvias,
se nos llevó la esperanza:
el prodigioso René
el Flautista, enfermaba.
 
Rápidamente, sin tiempo
de que el doctor se explicara,
las altas fiebres, la tos,
imponían sus palabras.
 
La hermana pedía al Divino
por su hermanito del alma;
en cada rincón la madre
lloraba desconsolada;
el padre, hundido en la pena,
un ataúd fabricaba...
              *          *
                     *
 
                    V
El niño René fue al cielo
un lunes en la mañana,
mientras el sol –como siempre–
entraba por las ventanas;
guardaron todos silencio...
 
pero la flauta tocaba.
 
A la salida del templo
el ataúd resaltaba;
un cántico de tristeza
la multitud entonaba;
después calláronse todos...
 
pero la flauta tocaba.
 
El enterrador abría
la tumba, hundiendo su pala;
el cura alzaba la voz
porque el sonido no ahogara
lo que decía... y se dijo:
“¿Por qué esta flauta no calla?”
 
...Así pasaron los meses
y semana tras semana
notas de flauta fluían
los lunes en la mañana.
 
Cuando diciembre de nuevo
su trajinar asomaba
por el nordeste, la gente
del pueblo no se explicaba
que, a un año de muerto el niño
René, la flauta tocara.
 
Y un hombre contemplativo,
de muchos años y barbas,
opinó:
     —Solo un poeta,
que sabe cosas del alma
y habla a los dioses, podrá
alguna vez descifrarla.
 
Vieron venir a un poeta,
un tal Leopoldo Minaya,
que habló a la flauta, y le dijo:
—¡Dinos, flauta, lo que cantas!
Si quieres decirnos algo,
entenderé tus palabras...
 
La flauta respondió entonces
de la manera más llana:
—No entono canto ninguno
ni quiero decirles nada:
yo estoy llorando a René
y a sus manitas rosadas.
              *          *
                     *
 
 
                    VI
              (Epílogo)
Jesús López, catequista
de vocación misionera,
fue nombrado en aquel tiempo
presidente de Asamblea...
 
Emprendió un peregrinaje
desde El Factor... y en Las Cejas,
cortando los arrozales,
halló un puente de madera.
 
(Era el puente sobre el Yuna
de tablones y traviesas,
a un palmo de la casita
que Pancho Mora viviera.)
 
Jesús López, catequista
de inspiración misionera,
levitando sobre el río,
le pone fin a su prédica:
 
“Hermanos, ¡las maravillas
que hemos visto como Iglesia!
Nieve sagrada... milagros...
misterios... ¡de qué manera
la Madre nos comunica
su Alta y viva presencia!
 
«Vivid en paz, como hermanos,
trataos con indulgencia,
y que os alumbre la lumbre
que emana de la conciencia...
 
«Idos tranquilos, vivid
en sana correspondencia;
haced de la vida un cántico,
una jornada fraterna...
 
«Y.... si piensan en René...
no lloren ni se entristezcan
...porque él era solo un ángel
que pasaba por la Tierra».
Otras obras de Leopoldo Minaya...



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