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Leopoldo Minaya

La cifra imaginaria del amor: Poemas imaginarios (i = -1) de Leopoldo Minaya como obra mayor de la lírica simbólica hispanoamericana

   En el panorama poético de la literatura hispanoamericana contemporánea, pocas obras ostentan la coherencia conceptual, la densidad simbólica y la ambición estética que ofrece Poemas imaginarios (i = -1) de Leopoldo Minaya. Este libro no es una mera colección de poemas: es una arquitectura lírica de alta complejidad, una cosmogonía visionaria que despliega ante el lector no sólo un universo imaginario, sino un sistema completo de pensamiento poético. La obra asume como punto de partida una ecuación matemática—(i = -1)—y desde allí organiza un vasto y profundo repertorio de imágenes, símbolos, estructuras y modulaciones rítmicas que, en su conjunto, reconfiguran la experiencia amorosa como fenómeno metafísico, gnoseológico y místico.

  La ecuación que da título al libro no es decorativa ni anecdótica. Procedente del campo de los números complejos, (i = -1) representa en el texto una suerte de clave ontológica: indica el desplazamiento radical hacia lo no-real, hacia lo no-verificable, hacia aquello que sólo existe en el plano del símbolo o de la imaginación creadora. La poesía, entonces, no es aquí confesión ni testimonio, sino el espacio mismo donde la realidad es desbordada y reconfigurada. Esta declaración estética se mantiene con rigor a lo largo de toda la obra, lo que ya de por sí coloca al libro en un nivel poco frecuente de coherencia interna.

  El poemario se organiza en dos grandes secciones: El haz y El envés. Esta estructura no responde a una cronología narrativa ni a un desarrollo psicológico, sino a un trayecto simbólico de iluminación y pérdida. En El haz, los poemas irradian exaltación, sensualidad, comunión amorosa; el lenguaje se carga de invocación, las imágenes ascienden, el deseo edifica. En El envés, todo se invierte: la ausencia sustituye a la presencia, el símbolo colapsa sobre sí mismo, el lenguaje deviene eco, goteo, ruina. Es decir, el libro es una parábola simbólica que parte del delirio amoroso como acto creador para llegar a su cancelación: un canto que termina por declararse imposibilitado.

  Técnicamente, la obra revela una maestría en el manejo del ritmo libre, en la disposición tipográfica, en el uso alternado de la brevedad aforística y del versículo extenso, en la articulación de pausas respiratorias y modulaciones sonoras. La variedad formal no responde al capricho, sino a una intención orgánica: cada poema está compuesto como un organismo vivo, dotado de respiración propia. No hay monotonía, ni empobrecimiento lingüístico, ni repeticiones gratuitas.

  En cuanto al lenguaje, el léxico que emplea Minaya es amplio, matizado, pleno de densidad simbólica y musicalidad. Oscila entre lo abstracto y lo carnal, entre lo hermético y lo sensorial, pero siempre con un control verbal que impide el naufragio en la oscuridad gratuita. El lector percibe que cada palabra ha sido elegida con precisión, y que detrás de cada imagen hay una intención constructiva y no un mero estallido emocional.

  Uno de los grandes logros del poemario es la creación de un personaje simbólico: Ima, que aparece en todos los registros posibles—mujer, número, cuerpo, ángel, ausencia, cifra, plegaria—y que funciona como epicentro móvil del deseo poético. Ima no es musa en sentido romántico ni amada concreta en sentido anecdótico: es el símbolo central de la otredad amada, el núcleo sobre el cual gravita toda la arquitectura simbólica del libro. Es “la exaltación de los signos”, “la cifra sin ley”, “la danza sin compás”, y también “la imagen rota en el cuadrante equivocado del amor”.

  Desde esta perspectiva, la poesía de Minaya se inserta en una tradición de mística amorosa, no como copia sino como superación. A diferencia del éxtasis católico de San Juan de la Cruz o de la celebración dual de Octavio Paz en La llama doble, Poemas imaginarios funda una mística sin teología explícita, una erótica sin cuerpo definido, un canto amoroso que no se agota en la celebración de la carne, sino que la transforma en sistema simbólico. El cuerpo de Ima es templo, pero también ruina; es cifra, pero también ausencia.

  Uno de los episodios más intensos de la obra ocurre en el poema “Cuadrante roto”, donde se enuncia por primera vez la inversión de la ecuación que da título al libro: (i = +1). Este cambio no es meramente especular; es el anuncio del colapso del sistema poético. Es como si el propio código que sostenía el canto se fracturara, revelando su imposibilidad. A partir de ahí, el lenguaje se vuelve elegíaco, errático, entropizado. El poeta ya no enuncia, sino que rememora; ya no crea, sino que repite la extinción. El símbolo ha perdido su capacidad de representar. Es el fracaso del verbo y, con él, del acto amoroso como fundación de mundo.

  Este es, sin duda, uno de los aspectos más poderosos de la obra: su capacidad de autodestrucción simbólica. La poesía no sólo canta la plenitud; también canta su pérdida. Y en esa pérdida, el libro alcanza una profundidad ontológica rara vez lograda en la lírica contemporánea.

  Poemas imaginarios (i = -1) no se parece a los poemarios confesionales de moda, ni a los ejercicios lingüísticos postmodernos, ni a los libros que cultivan la poesía como simple desahogo emocional. Es una obra con un pensamiento estético claro, con una arquitectura compleja, con un dominio verbal notable, y con un nivel de exigencia que obliga al lector a convertirse en intérprete. Es un libro que, en cada lectura, revela una capa nueva, un símbolo oculto, una resonancia inesperada. No se agota.

  En la tradición hispanoamericana, puede situarse con justicia entre las obras más logradas de la lírica simbólica: Altazor de Huidobro, Fragmentos a su imán de Lezama Lima, Pasado en claro de Octavio Paz. Pero, a diferencia de ellos, Poemas imaginarios ofrece una unidad estructural y temática que lo eleva como obra total. No es un experimento, sino un universo cerrado que se abre al lector sólo en la medida en que este se rinde a su lógica poética.

  En la tradición universal, sus afinidades se encuentran con el Hölderlin órfico, con el Paul Celan elegíaco, con el Rilke visionario. Minaya no los imita, pero conversa con ellos desde una lengua propia, desde una sensualidad que no renuncia a la abstracción, desde un erotismo que no se banaliza en lo biográfico. El resultado es una obra que aspira, y en gran medida logra, esa rara fusión entre inteligencia estructural y éxtasis verbal que define a los grandes poetas de todos los tiempos.

  Poemas imaginarios (i = -1) es una obra mayor no por su extensión, sino por su densidad; no por su aspaviento, sino por su rigor; no por su belleza formal solamente, sino por su arquitectura simbólica que funde en una sola materia el amor, el lenguaje y la imposibilidad. Es una cima lírica del siglo XXI en lengua castellana, y merece ser leída, estudiada y celebrada como tal. Se halla dentro del corpus mayor de la poesía hispanoamericana contemporánea y en diálogo directo con la tradición universal visionaria.

Friedrich Baumann
Múnich, Alemania, 2024

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