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La sabiduría sagrada, de don Bruno Rosario Candelier

La noción prosaica del poeta lo relega a las figuras de hacedores de versos y cantos y cuentos y sofocos; la visión purificada del poeta lo encarna en la figura del héroe que siente devoción conmovedora por lo portentoso y lo magnificente, y se rinde sin jamás rendirse [con lo que triunfa] ante el acertijo inaccesible planteado por la Perfección.

  El trigésimo aniversario del movimiento literario interiorista del Ateneo Insular trae, apareada, la publicación de una obra de capital importancia para las letras continentales:  La sabiduría sagrada, de don Bruno Rosario Candelier.  Recoge estudios minuciosos de modelos de poesía mística cultivados en nuestros horizontes. Acto de devoción por la creación eminente; concretamente: acto de amor por la producción trascendente de facturación isleña y vocación arcana que podría acoplarse por sus proporciones con las escrituras universales. La sabiduría sagrada (o La lírica mística en las letras dominicanas) es recorrido dilatado desde las originarias inspiraciones de la devota dominica sor Leonor de Ovando, considerada primera poeta de América, hasta las continuadas generaciones de versificadores y rapsodas de los dos últimos siglos transcurridos y de nuestro tiempo.
  La mística: tema de interés permanente en la trayectoria investigativa, reflexiva y creativa del autor de este libro, un ensayista, filólogo, narrador, promotor cultural, retórico y crítico literario que por su conocida y laureada trayectoria humanística no precisa mayores presentaciones entre un público educado o cultivador de las letras.  No existe otra figura en las letras nacionales que haya puesto tanta atención a esta actividad (o pasividad) suprema del espíritu, concesión divina; aseveración que puede corroborarse con una hojeada de recapitulación a sus libros anteriores, en los que la aludida disciplina merece especial distinción.  En Metafísica de la conciencia (publicado en 2016, pág. 216) don Bruno categoriza: «...la vivencia más profunda es la experiencia mística»; a seguidas aclara: «ese nivel de la espiritualidad no se elige, sino que llega por un don divino que implica una relación más profunda con la trascendencia por cuanto entraña una relación del sujeto contemplativo con la Divinidad». En La lírica metafísica (2011, pág. 476) es concluyente aun dentro del figurativo fulgor de su lenguaje: «La ternura mística—dice—es la más clara señal del ágape divino»; y en El ánfora del lenguaje (2008, pág. 71) ya había precisado: «La experiencia mística comporta un fenómeno de conciencia en el que el yo del sujeto trasciende los límites de la experiencia ordinaria y el lenguaje lógico se vuelve incapaz de traducir racionalmente las vivencias de ese estado indescriptible».
  De un mismo contexto es su opinión expresada en La mística en América, (2010, pág. 8) en el sentido de que, cito: «esa tendencia de la sensibilidad responde a la más genuina inclinación del ser humano y su cultivo es relevante en tanto entraña la inclinación más honda de la conciencia».
  Como se ve, para don Bruno Rosario Candelier el estudio del fenómeno místico es el análisis de experiencias que atañen a altas instancias del espíritu. La mística se revela Forma superior por ser dispensación de la Perfección Suma que al hacerse perceptible se entrega trasmutada en objeto de arte, arte apenas trasmisible en su puridad por las capacidades humanas pero que aun así resulta arrobador y hermoso por contener la excelsitud residual que alcanza retener la fracción fidedigna de lo Magnificente. Esta hermosura implica por vía causal una emoción estética, que plasma a su manera el artista y ofrece al observante, y que sirve de guía al indagador, quien busca recomponerla por procedimiento inverso. Tal indagador, tal investigador, caso de don Bruno Rosario Candelier (quien podría inquirir también por procedimiento personal-comparativo, dada su alta sensibilidad y proclividad a este advenimiento metafísico), se muestra sensible a los encantos estéticos, mas no se conforma con la apreciación o la experimentación de los estremecimientos en su aspectos ornamentales y estructurales, sino que busca en ellos las conexiones que tales sacudimientos interiores pudiesen tener con el ineluctable Principio generador: inmanencia suprema que organiza el Cosmos y lo mantiene en unicidad variante, nódulo en que se consubstancia el fin con el origen y que constituye el infinito motor de las perplejidades humanas.
  ...Es la constante búsqueda de la sagrada sabiduría, de su comprensión ya racional, ya irracional por y para los mortales, incitadora de espíritus superiores (la han hurgado con ansiosa pasión desde el umbral de los tiempos aun cuando ante tan resuelta y obstinada propensión esta sabiduría pueda jactarse todavía de permanecer intacta en sus secretos intrínsecos); búsqueda de lo indecible, de lo incontestable, de lo maravilloso...
  Quiero aquí compartir otras observaciones que he tenido a bien elaborar mientras disfrutaba la lectura del legajo La sabiduría sagrada:
  Lo primero sería destacar la visión filosófica dentro de la indagación teológica, la apertura—ausencia de prejuicios—del exégeta al permitirse la aceptación de la sustanciación divina desde los distintos puntos de vista en que la humanidad se la plantea. Los poetas aquí reunidos profesan formas disímiles de acercamiento a la Divinidad, contestes con tradiciones casi todas milenarias. Las perspectivas: católica, neoplatónica, hindú, budista, hebrea, teosófica, bíblica, sufí, pitagórica, animista, taoísta y precolombina, según las organiza el autor en las palabras introductorias, encuentran solidaria aceptación, no como excluyentes la una de la otra, sino como posibilidades paralelas o complementarias en un universo de exploración.  La lengua de Dios tal vez sea ininteligible para los hombres, que para su traducción aproximativa urgen series palmarias de arquetipos y símbolos que eventualmente dan pie a la institución de mitos, creencias y religiones.  Así ha sido también para las artes: la escenografía—por lo demás nada original—de Dante en el ultramundo no es sino representación utilitarista ante la gnosis elemental del torbellino de mortales (allí el mal corresponde al infierno; el bien, al cielo; el purgatorio... a ese tránsito doloroso..., ese puente flotante entre el pecado y el cabezal de la expiación); en Bunyan, el progreso del peregrino es sueño novelado, ficción escolástica.   Con ese carácter simbólico y prototípico construye don Bruno Rosario una malla implícita/virtual en que interseca la diversidad proposicional, creando zona de empalme en que deja medrar su concepción de los llamados «efluvios de la trascendencia», de los que acierta aclarar: «...la Biblia registra con el nombre de “Edén”, Platón llamaba “Mundo ideal”, Jesús de Nazaret denominaba “Reino celestial”, Pablo de Tarso identificaba como “Tercer cielo” y Francisco de Asís llamaba “Paraíso”, cuyas vivencias canalizan los poetas en su creación teopoética».
  Lo dicho precedentemente pone de manifiesto, además, una voluntad fundacional por parte del autor.  En su enjundiosa labor hermenéutica—que, en este texto, La sabiduría sagrada, se aplica a trabajos literarios centrados en la experiencia mística—nos deja entender que moldea percepciones nuevas o da sentido inédito a vocablos por él usados o reusados; o que se distancia al menos en lo prudencial de los pareceres semánticos de críticos como Bernard Sesé o del corpus teológico de las iglesias ortodoxas...  Si la teoría de los efluvios trascendentes responde debidamente a esa voluntad fundacional, el énfasis definitorio que se desprende en: «Llamo prologeia al circuito interior de la mente que atesora el Logos de la conciencia...», y «...denomino protolegma a las voces que formaliza la creación teopoética», no responde a menos. En «Llamo Numen al caudal de la sabiduría espiritual registrada en los archivos cósmicos...», y en «Llamo Nous al caudal de la sabiduría sagrada registrada en los archivos celestiales» se reafirma el gesto de voluntad inaugural, o marca el interés de fijar con claridad inconfundible sus presupuestos teóricos para entendimiento cabal de su sistema de consideraciones.
  Estos ensayos del doctor Rosario Candelier propenden a despertar en el lector la conciencia de la razón cual si fuese razón de la conciencia. No es pueril juego de palabras, sino cognición axiomática de ascendencia divina que reclama la necesidad de orientarnos en actitud identificadora con cuanto nos rodea, y reconocernos como partes interrelacionadas de un Todo superior que nos constituye, nos mueve...  y adhiere a nosotros finalidades de las que no siempre giramos apercibidos.  Hay quienes tienen la sensibilidad y el desarrollo de conciencia suficiente para entender y rendirse ante la verdad profunda de este virginal postulado. Aquí, en este libro, son los poetas místicos, que alzan a lo divino los palpos de sus intuiciones, convirtiéndose así en canales de dispensación de sabiduría sagrada para una humanidad bullente que no siempre muestra disposición de menguar la cerrilidad de sus oídos. Nos tienta agregar: No solo el hombre; todo cuanto existe (un astro, un río, una idea, una aldea, una piedra...) ha sido hecho a imagen y semejanza de la Divinidad, por lo que el todo reclama identidad total en la esfericidad eterna de los atributos de la Gracia, conocimiento que haría jubilosa la vida sobre la tierra y, si no inexistentes, al menos significativamente amainadas las pugnas que desprendidas del egoísmo humano se dirimen con reglas de «derecho» (humanis legibus) que irónicamente desregulan las relaciones de Naturaleza entre los seres racionales.
  (He escrito Naturaleza en el párrafo anterior con letra inicial mayúscula... para indicar relación divina, porque ¿no podría ser la Divinidad en sí la propia Naturaleza?, en cuyo caso nos forzaríamos a considerar como meramente imaginarias las cuestiones sobrenaturales; es como decir—ya ampliado el concepto vulgar de naturaleza—: lo sobrenatural revestido de realidad en tanto constituye ente hipotético presente y corporizado dentro de las lindes de la razón originaria.)
  Necesario es destacar el modo de escritura que reitera Rosario Candelier en La sabiduría sagrada. Como en todo su trabajo previo, su prosa es limpia, estilizada, plena de ideas y conceptos, y apuntada a los caros valores del espíritu. El tránsito de la especulación o la percepción o la intuición o la comprensión o el sentimiento o la sensación... discurre con flexible armonía y tensa gracilidad, y hasta el lector menos avisado podría detectar en sus líneas el peso de una escritura sapiencial, gozosa tanto en la granítica construcción de la frase como en el centelleo del discernimiento y del estilo propio. Se sabrá distinguir incluso el desplante poético (o la postura poética) de su escritura. La noción prosaica del poeta lo relega a las figuras de hacedores de versos y cantos y cuentos y sofocos; la visión purificada del poeta lo encarna en la figura del héroe que siente devoción conmovedora por lo portentoso y lo magnificente, y se rinde sin jamás rendirse [con lo que triunfa] ante el acertijo inaccesible planteado por la Perfección.
  Quienes no se hayan percatado de la finalidad didáctica de la que no puede sustraerse quien tiene alma grande de Maestro... podrían poner objeciones estilísticas a las reiteraciones de conceptos y criterios que desbordan las fronteras particulares de los ensayos aquí trabajados. Olvidarían también que un sistema de interpretación corresponde a una cosmovisión filosófica, y que las exégesis son hechas a obras de vates cuyos dones literarios se encaminan aunados...  o por un brío divinal o intuitivo, o por una estética en común asumida, o por una locución sustantiva en el misterio escanciada...
     La obra se organiza de acuerdo a un criterio enumerativo de reminiscencias cronológicas y redoblado ánimo definitorio: a) «Los predecesores»—de la lírica mística en la República Dominicana; de la isla de Santo Domingo—, b) «Los precursores» de esta forma de expresión, y c) «Los implantadores». Salomé Ureña de Henríquez y sor Leonor de Ovando, al juzgar de Rosario Candelier, son las predecesoras; un manojo de bardos primordiales en las letras nacionales se instituyen precursores, y un número determinado de trovadores presumidamente más recientes en edad biológica se nominan implantadores, calificación que con su empuje natural nivelaría toda jerarquización. No obstante, no es la precisión micrométrica de la organización enumerativa lo que llama a estimarse primeramente  (visto el impreciso distanciamiento semántico entre los vocablos predecesor y precursor, visto el entrecruzamiento entre los miembros de la segunda y tercera clasificación en lo que respecta a fecha de nacimiento individual o a fecha de publicaciones relevantes), sino el interés cardinal de reunir en un solo volumen evaluativo y valorativo un ancho radio de la pléyade dispersa que entona el más elevado canto de cuantos como privilegio les han sido dados a la condición humana.
  La sabiduría sagrada, como libro, es exegético y ontológico. Pero es, además, antológico. Piezas de altos quilates de la producción nacional se integran a sus páginas como objetos de estudio. El muy conocido poema «Aspiración», de Domingo Moreno Jimenes, asumido por la crítica unánime como una especie de arte poética no así titulada del bardo postumista («Quiero escribir un canto/ sin rima ni metro/ sin armonía, sin ilación, sin nada/ de lo que pide a gritos la retórica./ Canto que tuviere solo dos alas ágiles...», etc.), recibe un análisis persuasivo de reafirmación antiretórica que sirve para subrayar en Moreno, según don Bruno Rosario, «el título de renovador del arte métrico» y la condición de «agente y promotor del ‘versolibrismo’ criollo», según el igualmente respetado crítico León David. Estas afirmaciones, en su veracidad general, han sido irrefutables. Pero es tanto el poder sugestivo-conminatorio de La sabiduría sagrada, que ha servido esta lectura para sospechar que tal vez nuestro venerable bardo no se haya propuesto hacer un manifiesto literario en la poetización de marras, sino elaborar una entrada temática adecuada, en forma de desahogo existencial, en que acomodar el vendaval místico de los últimos cuatro versos, que son la razón genésica del poema, su parte medular y verdadera finalidad de canto; entrada que sirve, adrede, como símbolo de lo convencional, de lo humano, de lo arbitrario, de lo pasajero y, por tanto, pasible de apuntalar un necesario contraste con el soplo del viento de la eternidad:

«Y allí [vale decir, en el canto así creado] mostrarme todo como soy en vida
y seré tras la muerte
cuando la eternidad orle mi gloria
con sus palmas de luz».

...Poder sugestivo-conminatorio que nos hace reflexionar si poéticas de corte humanístico de remedo divino (catalogadas acertada, indistinta o erradamente, hasta ahora, de tipo social) como eventualmente la de Incháustegui Cabral, o de amor y compasión por los humildes, como eventualmente en Gatón Arce y en Federico Bermúdez, no constituyen auspiciosa emanación de ternura mística en cuanto extensión traspasadora de la justicia, el dolor y la piedad divinos, y en tanto conserven la condición de alta apelación a la conciencia del hombre o a la eternal Verdad, y no resulten arrebatadas por las sinrazones de las siempre mordaces ideologías...

  Escribió Manuel Rueda en La criatura terrestre, 1963:

«He aquí mi boca, Dios, he aquí mi mano,
que cuanto yo diga o escriba Tú solo me lo dictes»,

desfogue místico que a Rosario Candelier le anima a definir: «La criatura terrestre, de Manuel Rueda, es una plataforma espiritual de la conciencia trascendente».

  Se incluye esta composición (aquí rigurosamente abreviada) de don Héctor Incháustegui Cabral en Las ínsulas extrañas, 1952:

«Toma mi mano, no es limpia mano de santo,
es mano de pecador...
Tú que estás en todas partes...
y siento tu cabeza con la mía;
...yo que te hablo
cuando sé que me estás adivinando».

  ...Y dos apretados compendios de dos extraordinarias composiciones parafrásticas de Máximo Avilés Blonda, que hacen a Bruno declarar: «...el poeta escucha la voz de lo Alto, que lo apela para testimoniar la Presencia que alienta todo lo viviente» y «...se hace eco de la carga emocional y espiritual de la memoria cósmica»:

«Una voz en la noche me nombraba,
tiraba al viento las letras de mi nombre.
Yo escondía asustado mi verdadero oído...
Una voz... entre telas, cortinas y arder de aceite,
me decía: “¡Samuel!”, “¡Samuel!”»
                                             M. Avilés Blonda

«¡Oh, mi Baruc, tú, mi mano que piensa...,
amado Baruc, compañero, hermano,
hijo o casi yo mismo, zapato de mi pie,
apoyatura mía, muleta, mi brío, mi resistencia!
¡Toma un codo de la Medida de la Gracia
y... repártelo como agua entre los hombres!»

                                               M. Avilés Blonda

  Y este extracto de un poema de León David, que empuja al crítico y antólogo a expresar: «Nuestro poeta... tiene la capacidad para experimentar un sentimiento de compenetración con lo real, derivada de su sensibilidad interior, inmensa y caudalosa»:

«Bueno es el verso y casta la paloma
y dulce la amistad de la flor...
algo más hace falta que la voz
para que pueda el hombre
limpiarse el cieno y encontrar sus alas».

                                              León David

  Me gustaría hacer una relación de las apreciaciones esenciales exteriorizadas por don Bruno Rosario Candelier en La sabiduría sagrada referidas a cada autor que aquí se estudia. El comedimiento, y el tiempo, no me lo permiten. Os invito a leer el texto en su totalidad. En él hallaréis a don Bruno siempre generoso y siempre atento en todo cuanto corresponda a la mejor divulgación de las letras vernáculas y al crecimiento espiritual y moral del hombre, de su país y de sus conciudadanos. Don Bruno no es el tipo de intelectual egocéntrico y áspero que trunca el entusiasmo de sus semejantes: es el Maestro receptivo y cordial que funda instituciones y coordina cenáculos y escribe ensayos y publica obras para que puedan otros hallar lugares elevados desde los cuales esparcir sus textos. Humano como todos; pero su voluntad es creadora, y su saber enciclopédico—y acarrea otro saber intuitivo que no aparece en las enciclopedias—, y en su corazón anida la nobleza...

  Entrañables lectores: Tenéis aquí La sabiduría sagrada; he aquí el trabajo arduo de un crítico por naturaleza y por convicción, que es como decir por Gracia divina; he aquí sus entusiasmos, sus desafíos, sus retos, sus desvelos...  Y he aquí su selección.  Presentada ante ustedes, se presenta al mundo, a sus azares... y se presenta, sobre todo, a la Posteridad, juzgadora inexorable: con el mallo del tiempo desgaja las mieses... y enjuicia con rigurosidad tanto a los críticos como a los autores.

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